El grupo. 1964-1974
Ana Puértolas
17 junio, 2016 02:00Ana Puértolas. Foto: Cegal
En los años del tardofranquismo, una generación nacida en la alta posguerra irrumpió con juvenil beligerancia en nuestra vida pública. Es la llamada generación del 68, cuya peripecia vital o ideológica ya han recreado Manuel Vázquez Montalbán, Vicente Molina Foix, José María Merino o Rafael Chirbes. Estos y otros narradores la tratan con notas de elegía, desencanto o, directamente, fracaso. Bastante de este extenso sentir comparte Ana Puértolas (Pamplona, 1942), que llega muy tardíamente, alcanzados los 70 años, a la novela con una recreación de base vivencial, y hasta autobiográfica, imagino, del activismo revolucionario en los amenes de la dictadura. El escueto título del libro, El grupo. 1964-1974, acota con precisión su materia: los trabajos subversivos de unos cuantos universitarios entre las fechas acotadas.Puértolas cuenta el maremágnum ideológico provocado por la derechización del Partido Comunista. Se fija en un puñado de jóvenes inspirados en el marxismo-leninismo y en el maoísmo, aunque sin obediencia de partido. La media docena de protagonistas tienen algo de tipos representativos, pero alcanzan también suficiente identidad. Los ideales y el dogmatismo de esos mozos fanáticos volcados en un sinvivir subversivo conviven con dudas ideológicas, impulsos íntimos, miedo, sentimientos..., en suma, la autora ofrece una materia humana sensible y compleja. Lo individual y lo colectivo se trenzan en El grupo y dan una estampa coral animada que debe incluirse entre las buenas narraciones de la memoria histórica. Su construcción se atiene a procedimientos tradicionales, entre los que se privilegia la observación psicológica para que resalten los sujetos de la aventura política. Este tratamiento clásico lo moderniza Puértolas con un recurso original y de afortunado efecto. Cada breve capítulo se cierra con unos cuantos documentos elegidos con buen criterio por su oportunidad. No se trata de un simple apoyo histórico de la materia imaginativa sino de un modo atinado de establecer un atractivo diálogo entre ambos.
El retrato de época, afortunada amalgama de individuos y sucesos, da lugar a una novela muy interesante cuyo emotivo final pide su continuación. Merecería la pena que Puértolas aprovechara las buenas dotes de narradora que demuestra para contar qué fue del grupo más tarde, si es verdad que, llegada la democracia, a aquellos antifranquistas no había que buscarlos, como decía Chirbes, en el poder sino en Alcohólicos Anónimos.