Javier Montes. Foto: Diego Burbano
Entre tantas maneras de narrar como nos vamos encontrando los asiduos a la literatura, la del escritor Javier Montes (Madrid, 1976) no debe pasar inadvertida. Sus propuestas en el terreno de la novela (Los penúltimos, Segunda parte), y el ensayo (La ceremonia del porno y La vida de hotel), han merecido elogios por ser el suyo un modo inusual de contar y de armar historias, por desafiar la lógica narrativa ficcional, por su convincente naturalidad y su inteligente ironía. Varados en Río, su último título, también mantiene el desafío a las convenciones al proponer un discurso compuesto por textos independientes, que admiten ser leídos como una crónica de viajes, un ensayo, o un extenso relato que hace de la literatura tema y sustancia del mismo, resistiéndose a los límites de una etiqueta cerrada. La suya es una propuesta muy personal, ambiciosa y desconcertante, pues viene animada por la idea de ofrecer, más que su visión del exilio de cuatro escritores en Río de Janeiro, su experiencia personal de la ciudad, de la literatura y la manera de contar de cuatro escritores protagonistas: Rosa Chacel, Manuel Puig, Stefan Zweig y Elizabeth Bishop.Para dar unidad interna a lo que sugiere la vaguedad del enunciado que figura como título, se sirve de los dos temas sobre los que cifra sus reflexiones: la cuestión misma del viaje a la ciudad de Río, como un lugar, una idea, y el "exilio", como una situación, un destino. Río de Janeiro otorga unidad y sentido a la diversidad de personajes que lo habitaron, a las voces que relatan lo vivido. Es el eje de la acción, que atraviesa los años 40, 50, 60 y 70; le sirven de mapa los recuerdos de unos y otros. Desde ellos (desde ella) rastrea las huellas de la estancia de cada uno: fantasmal, pobre y y hostil para Rosa Chacel, legendaria y sofisticada para Bisho; y además el exilio de los placeres secretos de Manuel Puig, y el exilio ‘imposible' de Zweig. A través de su ejemplo pretende concluir que hay tantas versiones de la ciudad como personajes la habitaron.
Montes recorre textos, lugares, personajes; repite recorridos y trayectos, hasta armar, con materiales muy dispares, un relato colectivo sobre (en palabras del autor) las diferentes maneras de vivir el exilio en el exilio. Él se incluye, también, como narrador y personaje, pues también llegó a esa ciudad buscando esquivar la tristeza, procurada por una ruptura sentimental. Y del mismo modo que ellos, hizo de la escritura el vehículo para tratar de aclarar la confusión producida por un territorio que a todos resultó opresivo y contradictorio.
No sabemos qué esperar cuando el libro arranca, pero sí lo que encontramos cuando concluye su lectura: un ensayo literario, intencionadamente ajeno al rigor academicista, una narración conducida por una voz muy personal, embaucadora, que nos conduce por la ciudad a partir de lo leído, lo escuchado, lo vivido por otros; y la crónica personal de una travesía irregular, con paradas de interés desigual, sin apenas tensión, sin rumbo claro, ni destino preciso.
Una de las ideas más hermosas del libro, tomada de Bioy Casares, viene a decir que la historia más bella del mundo no es más que unas cuantas banalidades recubiertas de una pátina heroica por el tiempo transcurrido. Quizá nada sea más banal que constatarlo. Quizá resida ahí la lógica que necesita para su historia de personajes varados en Río. Lo cierto es que la suma de todo lo convierte en un libro rico, interesante y provechoso, pero no del todo convincente.