Image: Las chicas

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Novela

Las chicas

Emma Cline

2 septiembre, 2016 02:00

Las chicas gira en torno a la familia Manson

Traducción de Inga Pellisa. Anagrama. Barcelona, 2016. 336 páginas, 19'90€, Ebook: 11'99€

En el verano de 1967, en respuesta a unas vibraciones telepáticas de paz, misticismo, belleza, música, drogas, fervor antibélico y sexo, unos 75.000 jóvenes en busca de experiencias llenaron las calles de San Francisco. Dormían en los parques, entregaban su cuerpo a extraños, rasgueaban guitarras, mendigaban, meditaban y buscaban o predicaban diversas vías hacia la iluminación. Fue el Verano del Amor.

Atento a las posibilidades, un hombre despeinado y de ojos penetrantes deambulaba en busca de un tipo concreto de chica herida. Una chica que se sintiera fea y que tuviera la sensación de que la vida era algo que nunca le sucedería a ella. Si se la manipulaba del modo adecuado, cedería el control de toda su existencia. Charles Manson era un reclutador hábil que había aprendido sus técnicas en la cárcel a través de un curso de Dale Carnegie, de cienciólogos y de proxenetas. Pero ¿qué hay del magnetismo propio de esas chicas tan esclavizadas psicológicamente que eran capaces de matar por él, que a veces atraían a otros, preferiblemente hombres con dinero, hasta la familia de Manson? ¿Dónde radicaba su intenso e innato atractivo?

La primera novela de Emma Cline (Sonoma, 1989), Las chicas, es una historia seductora y emocionante que gira en torno a Charles Manson, contada con frases en ocasiones tan finamente labradas que casi podrían usarse como joyas. Reimagina el verano que condujo hasta los famosos asesinatos de Tate-LaBianca en Los Ángeles en agosto de 1969 y analiza una obsesión (pero no la que uno se esperaría).

La narradora ficticia de Cline, una antigua adepta ahora a la deriva en plena madurez, relata con persistente detalle su fijación no por el líder de la secta, sino por una de sus allegadas: una chica de 19 años llamada Suzanne, temeraria y sanguinaria. Con 14 años, Evie Boyd está viviendo su propio Verano de la Lasitud. Está a la espera: de convertirse en una chica guapa, de que la envíen a un internado, de que su madre divorciada le preste atención, de vivir más emociones que las tardes que pasa con su mejor amiga en Petaluma, lamiendo pilas "para sentir una sacudida metálica en la lengua que, según dicen, es la dieciochoava parte de un orgasmo".

Cline representa de maravilla la topografía del corazón adolescente arrasado por la soledad

La risa de unas chicas la despierta. Zigzaguean entre las familias por un camino en un parque, "trágicas y separadas. Como la realeza en el exilio". De repente, la más guapa de las tres se abre el escote de un tirón, mostrando el pecho. Las otras sueltan una carcajada. Avanzan de manera "elegante y descuidada, como tiburones surcando las aguas" y Evie las ve asaltar un contenedor, del que sacan un objeto extraño "del color de mi propia piel". Un pollo crudo, que podría ser perfectamente el corazón de Evie, de tanto que ansía seguir a la descarada Suzanne, de cabellos negros como el azabache, para sumarse a su "contrato familiar" con las demás chicas. La ocasión se presenta cuando se le sale la cadena de la bicicleta en una carretera polvorienta. Suzanne y otras cuatro chicas se detienen junto a ella en un autobús negro adornado con el dibujo de un "burdo corazón, coronado de pestañas que gotean, como un ojo". Qué profecía tan perfecta, una imparable fuerza oscura unida a todo lo que Evie anhela: ser vista y ser amada.

Las chicas, que hablan de un hombre llamado Russell como si fuera un dios, llevan a Evie a un rancho en el que se fija en algo que luego pasa por alto: que "todo parecía pegajoso y un poco podrido", porque todo el mundo parece encajar allí. Cuando Suzanne trenza el pelo de Evie, el velo de deseo romántico que puede envolver esa clase de amistades se levanta por un momento: "Fue una bendición inexplicable. Su aliento penetrante en mi cuello, mientras me recogía el pelo a un lado. [...] Hasta los granos que le había visto en la mandíbula parecían de soslayo hermosos, la llama rosada que un exceso interior hacía visible".

Suzanne venera a Russell, así que Evie se reúne con él con el corazón en la mano. "Primero, pequeñas pruebas", recuerda. "Un roce en mi espalda, un latido de mi mano"... Evie pasa una prueba tras otra mientras va y viene al rancho en bicicleta. Presta sus servicios a Russell, pero roba para complacer a Suzanne. Todavía virgen, deja que Suzanne la convenza de que se meta en la cama con un guitarrista, Mitch Lewis, del que Russell espera sacar un contrato para grabar sus canciones. Suzanne parece claramente inspirada en Susan Atkins, que le besó a Manson los pies el día en que se conocieron. Atkins apuñaló o inmovilizó a Sharon Tate (confesó haber hecho ambas cosas). "¿Cómo no iba a estar bien", dijo en el juicio, "si estaba hecho con amor?". A diferencia de Atkins, Suzanne adiestra a su propia adepta. Elogia a Evie, la instruye y le añade pequeños toques. Inunda la vida de Evie de una "liberación profunda y misteriosa que desvela un mundo más allá del mundo conocido, el pasadizo oculto tras la estantería". También a diferencia de Atkins, Suzanne muestra una faceta protectora que resultará crucial.

Cline convierte a Russell en un maestro de la manipulación, como Mason, capaz de apelar a las inseguridades de una chica con la precisión de un picador. "Era tan agradable sentirme halagada en mi debilidad", recuerda Evie. Como Manson, Russell es capaz de quitarle a la gente el dinero y el coche con buenas palabras. Y su amistad con Mitch resume el intento de acercamiento de Manson a Dennis Wilson, el batería de los Beach Boys.

Pero Cline no muestra al Manson verdaderamente despiadado que alimentaba la paranoia entre sus seguidores, aguardaba una guerra racial, sodomizó a una chica de 13 años delante de las demás y comerció con sus cuerpos como moneda de cambio. Por eso Evie sigue mostrándose comprensiva. Si no vislumbra el mal puro y duro, ¿se la puede culpar por unirse al grupo? También resulta concebible que Cline no se haya atrevido con ello, porque al no llevar a Evie al límite, evita una exploración angustiosa y posiblemente profunda de su alma.

El resultado es una novela histórica que recorre a medias la madriguera del conejo e informa de ello de manera exquisita. Luego se retira, esquivando la aterradora y fascinante oscuridad humana. Así y todo, es una historia cautivadora. Cline representa de maravilla la topografía del corazón adolescente arrasado por la soledad. Nos entrega la verdad ficticia de una chica que persigue el peligro más allá de su comprensión, en un Verano de Anhelo y Pérdida.