Clara Sánchez. Foto: Davide Machiorlatte
La nueva novela de Clara Sánchez (Guadalajara, 1955), segunda parte del premio Nadal 2010 Lo que esconde tu nombre, se desarrolla flanqueada por dos confesiones evidentes, aunque tal vez no deliberadas, de su propio posicionamiento estético: en las primeras líneas del Prólogo, se nos describe a un recién nacido como "un milagro", y convengamos que esta fórmula-cliché persigue un tipo particularmente conformista de familiaridad con el lector; en los Agradecimientos finales, se llevan buena parte de los guiños repartidos todo un equipo de profesionales de "marketing", "aventuras promocionales" o "red comercial". Este último paratexto (periférico, es verdad) interpretado exclusivamente como parte del texto ofrecido al lector para la comprensión de la obra, describe con precisión los objetivos del libro y su naturaleza más comercial que popular (es decir, más de fórmula química homologada que de vocación lúdica desinhibida). Lo primero, en cambio, señala el allanamiento de la orografía estilística del texto hasta quedar reducido a una constante obviedad.Novela construida a dos voces, con la adición coyuntural de una tercera en varios pasajes que se justifican por razones estructurales, Cuando llega la luz retoma la historia de viejos nazis refugiados en el levante español que ya contaba su predecesora para levantar una trama un tanto desangelada, mínima, protagonizada por Julián (octogenario superviviente del lager que ejerce de cazanazis) y Sandra (madre primeriza en esta ocasión, a la que aquí encontramos encajando todavía la pérdida de su primer y único amor-pasión; por cierto, una vivencia descrita según criterios estereotipados, acríticos). Sin entrar en detalles argumentales, digamos que la narración se sirve de un Macguffin meramente funcional y avanza a base de casualidades y comportamientos inverosímiles, novelescos en el sentido menos estimulante del término. Hay secuestros, hay un poco de violencia, hay secretos que obtener. Todo ello, sin embargo, se resuelve mediante situaciones reiterativas; un ritmo monótono que apenas logra un subrayado dramático eficaz de las grandes revelaciones y los giros más destacados; una escritura que abusa del lugar común ("cara de haberse drogado y hecho el amor salvajemente") o el subrayado moral o caracterizador ("me creaba un enorme sentimiento de culpa por no amarle"), sistemáticamente preferidos a una enunciación indirecta o sutil; y la combinación de dos voces narrativas prácticamente indistinguibles de tan genéricas. Voy a citar otro detalle anecdótico, pero que revela ciertas limitaciones del libro: el uso del tatuaje como recurso para marcar a personajes que si lo llevan es porque son jóvenes, o peligrosos, o han tenido una vida muy "intensa". El mismo tipo de conexión lateral y epidérmica con la realidad que revelaría un serial televisivo.Sólo cabe considerar esta obra, sin decisiones narrativas audaces, desde el punto de vista de su eficacia como entretenimiento
No hay decisiones que lleguen a producir un efecto realmente artístico (logrado o no) en este texto, de modo que sólo cabría considerarlo desde otro punto de vista, el de su eficacia como producto de entretenimiento. La crítica (más la cinematográfica que la literaria) nos ha enseñado que la narración con propósitos comerciales o lúdicos puede incorporar conexiones simbólicas con su propia época, llegando a tolerar lecturas exigentes; otras veces, también puede ser técnicamente atrevida. No es el caso. Porque Cuando llega la luz tampoco registra decisiones narrativas audaces, ni voluntad de plantear un relato que arraigue en la realidad más allá del grado mayor o menor de documentación manejada acerca de la comunidad nazi en las costas españolas (un hecho relevante que se queda en anécdota si sólo sirve para aludir a una maldad de pantomima, política e históricamente desustanciada), ni descaro para divertir con recursos melodramáticos o de thriller "duro" sin pagar peajes a una respetabilidad literaria mal entendida.