No habrá Dios cuando despertemos
Ricardo Vigueras
2 septiembre, 2016 02:00Ricardo Vigueras. Foto: Luis Pegut
Como ya ocurrió en su día con Manuel Moyano y La coartada del diablo, Menoscuarto edita el último premio Tristana de Novela Fantástica, cuyo autor es Ricardo Vigueras, nacido en Murcia en 1968, pero afincado en México desde 1996, donde ejerce la docencia universitaria en Ciudad Juárez. Esta localidad tiene su protagonismo en el libro a través de la figura de Amanda, mujer joven tristemente asesinada allá, como tantos centenares de mujeres.No es casualidad que Vigueras pertenezca al colectivo Zurdo Mendieta, nombre del célebre detective de Élmer Mendoza, por quien el autor declara su justificada admiración. La novela es toda una fábula fantástica contada al ritmo frenético de su peripecia, y sus capítulos está ordenados a la inversa, del 17° al 0, como en una cuenta atrás hacia un misterio que aquí no puede desvelarse. La pareja protagonista, Victorio y Amanda, se encuentran al inicio en un inmenso "Aeropuerto", de dimensiones desconocidas, y disponen de dos billetes para un vuelo que los saque de la pesadilla en la que se encuentran. Poco a poco sabremos cuánto tiene ese Aeropuerto, con mayúsculas, de parecido con un purgatorio y un infierno, cuyos demonios son kafkianos funcionarios-guardianes de cuya voluntad depende la suerte de las almas en pena que vagan por las terminales o aguardan frente a las pantallas. Esos funcionarios ostentan el poder, y sus designios son inescrutables. Ya nos enseñó el autor checo-alemán que puede haber esperas infinitas a las puertas de la burocracia.
Entre los vivos y los muertos se juega este libro, en esa región desemejante, irreal, sin referencias fiables. La capacidad de recordar sus vidas pasadas se presenta casi como única tabla de salvación para estos pasajeros sin esperanza. Depender de la voluntad ajena convierte la suerte personal en sorteo. La sospecha de que ya murieron y son meras proyecciones crece bien pronto en la mente del lector. La parábola futurista inicial no tarda en echar raíces en la realidad de existencias pasadas: Victorio, filólogo y poeta, era un maestro rural fusilado, sin más, por el capricho/venganza de un señorito, en la Guerra Civil española. Amanda, como ya se ha dicho, una joven asesinada brutalmente en Ciudad Juárez. Tiempos distintos pero un destino común.
La mitología clásica (especialidad del autor junto con el latín) subyace en muchas de las descripciones y en la escenografía general. El funcionario Bástiabas, esa especie de macho cabrío salvaje, representa bien el estar a merced del azar, la violencia y el poder. El laberinto de terminales y estaciones de tren recuerdan toda clase de círculos infernales donde el destino también se ensaña con los mortales o con sus almas errantes. Parece que hay que penar incluso tras la muerte.
Vigueras consigue una atmósfera claustrofóbica en la que el lector se implica tras los pasos de esta pareja. El asunto de fondo es la fragilidad humana y el papel del azar en la existencia de los hombres.