Mathias Enard. Foto: Alexandre Marche

Traducción de Robert Juan-Cantavella Random House, 2016. 430 páginas, 22'90€

Oriente representa el misterio, la belleza, lo incomprensible, lo radicalmente otro. Occidente contempla con fascinación y estupor un conjunto de culturas que escarnecen su racionalismo, privilegiando lo sensual, místico e intuitivo. Mathias Enard (Niort, Francia, 1972) ha explorado ese contraste en Brújula, una excelente novela galardonada con el premio Goncourt.



No es sencillo confrontar dos formas de interpretar lo real sin caer en tópicos y simplificaciones. Enard ha sorteado brillantemente ese riesgo, cediendo la palabra al imaginario musicólogo Franz Ritter, que convierte una noche de insomnio en una deslumbrante evocación de sus experiencias en Estambul, Damasco, Palmira o Teherán. Incapaz de conciliar el sueño, su mente reúne a escritores, músicos, pintores, amigos y amores en una interminable secuencia, donde prevalece la figura de Sarah, una mujer a la que ama desde hace veinte años. Con una grave enfermedad como telón de fondo, Ritter reconstruye su peripecia vital, mezclando viajes, lecturas y relaciones personales. Surge de este modo un rico mosaico que contiene los elementos esenciales de Oriente Próximo, una región que ha conocido sucesivamente la prosperidad material, el esplendor cultural y la intervención colonial. Franz Ritter no es un observador complaciente, sino una voz implacablemente crítica, que no ignora o minimiza las miserias de la colonización: "Europa ha socavado la Antigüedad bajo los sirios, los iraquíes, los egipcios; nuestras gloriosas naciones se han apropiado de lo universal a través de su monopolio de la ciencia y la arqueología".



El aliento de las grandes novelas, que abordan sin miedo los grandes temas. Su mejor cualidad es una prosa poética, profunda, poliédrica

Aparentemente, la colonización pertenece al pasado, pero sus consecuencias aún devastan el presente. Hace pocos años, parecía inimaginable pensar que Alepo ardería, que miles de refugiados huirían de las bombas, que Palmira quedaría reducida a ruinas. Ritter describe Irán como el "territorio del dolor y de la muerte, donde todo, hasta las amapolas, flores de martirio, era rojo sangre". La metáfora puede extenderse todo Oriente Próximo, en donde arte y guerra se suceden como movimientos de una sinfonía fatal.



Fumador de opio, Ritter posee una memoria portentosa que encadena lecturas apasionadas al filo de la madrugada, paseos melancólicos por ciudades tibiamente iluminadas por el crepúsculo, charlas en cafés saturados de humo y audiciones en salas de conciertos que insinúan el fracaso de cualquier versión, irremediablemente alejada del sonido alumbrado por el compositor. Los arabescos de un amor enredado en las distintas etapas de una vida errante sirven de guía en una novela deliberadamente digresiva, que no discrimina entre vivencias estéticas, ensoñaciones y experiencias biográficas. Para Ritter, el arte no es un complemento de la vida, sino la trama que ordena los hechos, imprimiéndoles un sentido. La alteridad de Oriente sería inasequible sin la poesía o la música, que actúan como llaves esclarecedoras. Kafka no es un escritor, sino un visionario, que advierte la trascendencia de la palabra. La palabra apunta hacia un más allá que sólo puede atisbarse de forma difusa. Un más allá que también flota en una larga noche de insomnio, mostrando que el universo es una constelación de signos, con un significado cambiante.



Ritter sostiene que "Oriente es una construcción imaginaria". Cada observador nos proporciona una imagen diferente. Todas son parcialmente verdaderas y relativamente falsas. Sólo el tiempo es inapelable, pues "nunca da un paso atrás, nunca vuelve sobre sus pasos". No es una reflexión pesimista, sino un canto al "tibio sol de la esperanza" que nos aconseja seguir la brújula de nuestros sentimientos. Sólo el amor puede unificar un mundo disperso y dividido. Sarah afirma que un momento de amor es suficiente para experimentar la unidad con el Todo. Y el amor no es identidad, sino "mezcolanza, diásporas".



Enard es un narrador de la estirpe de Sherezade, que encadena una historia tras otra, sin naufragar en el tedio o la redundancia, pero que no se conforma con contar. Brújula posee el aliento de las grandes novelas, que abordan sin miedo los grandes temas, como el amor, la muerte o incluso Dios. Su mejor cualidad es una prosa poética, profunda, poliédrica, llena de ingenio y de extraordinaria plasticidad, con el timbre de una partitura musical.



@Rafael_Narbona