Álvaro Pombo. Foto: Archivo

Destino. Barcelona, 2016. 252 páginas, 19'90€, Ebook: 9'99€

La obra de Álvaro Pombo (Santander, 1939) crece con sostenida regularidad mientras afianza un núcleo de intereses seminales. Así, la falta de sustancia anunciada en el título de su primer poemario atraviesa su escritura y llega a La casa del reloj, si bien como motivo complementario. Otra línea de sus preocupaciones, también antigua, los tics de la media-alta burguesía, ha cobrado renovada importancia en tiempos recientes y parece llevarse la parte del león de esta última novela.



Digo parece porque no deja de ser, también como en ocasiones precedentes, un motivo circunstancial del relato, aunque algo mayor que un puro pretexto. El arranque de la historia induce a pensar en ello, e incluso en una variación novelesca de una forma literaria bien conocida, y hoy del todo olvidada, la exitosa alta comedia de hace un siglo. Desmienten la suspicacia tanto la propia trayectoria de Álvaro Pombo, en quien no cabe pensar el desorientado rescate o regreso a un pasado literario tan enmohecido, como la misma novela a poco que se avance en su peripecia.



El moralista que hay en Pombo sugiere un mensaje positivo mediante un relato culturalista que no supone estorbo alguno a la amenidad

La anécdota de La casa del reloj refiere un clandestino ménage à trois entre gente adinerada. La infidelidad de un señorito pícaro con la rica esposa de su indolente hermano generó en el marido una refinada venganza. El sujeto burlado desheredó al fruto del engaño y dejó una envenenada herencia al protagonista de la novela, Juan, el chófer que le acompañó en sus últimos tiempos. La Casa del reloj del título, una finca cercana a Madrid que recibió Juan con obligación de residir en ella, despierta pasiones furibundas en los damnificados. A esta traza de alta comedia se suma un drama rural que se apoya en un recurso de la literatura popular y del folletín: una arriesgada anagnórisis descubre, avanzada la trama, que otro de los personajes, un simple chapuzas, es el fruto de la infidelidad. Comparten, pues, la historia gentes de buena cuna y de modesta condición, pero en ningún momento interesa al autor la disección sociológica presumible en tal materia. Muy otra meta persigue.



El juego paródico con dichas formas literarias se acompaña de una libertad de escritura absoluta. En el léxico, los coloquialismos (atacañar, cagarrache, garduño, engarlitar, descangallar...) conviven con los cultismos ("mirada introspectiva", "reducción eidética"). El habla refinada coexiste con la expresión deslenguada. El discurso narrativo alterna con juegos conceptuales expresados en fraseología propia de un filósofo y da paso a sutiles observaciones culturales. La tensión especulativa contrasta con agudezas humorísticas y con detalles costumbristas (la fabada Litoral con que se alimenta Juan). La novela habla de cuestiones prosaicas, pero también discurre sobre el arte de narrar y sobre el relato que leemos.



Pombo dispone este conjunto de recursos para construir un personal artefacto narrativo donde explayar una plural indagación acerca de las enfermedades del alma. Conjuntando la mirada clásica introspectiva y los modernos enfoques conductistas, a lo que se añaden puntos de vista discursivos, un amplio repertorio de conflictos morales aparece a lo largo de la novela: la venganza, la culpa, la codicia, la pasión amorosa, la inocencia, la mentira, el engaño torticero, la fidelidad o el arrepentimiento. La atmósfera de una corrupción moral generalizada envuelve el conjunto de la historia.



En La casa del reloj se recrean múltiples variantes de la pasión consciente y no refrenada. La novela pinta con humor y crudeza la sordidez moral de nuestra especie, pero su duro argumento se remata con un final que pone coto a la maldad. El moralista deliberado que hay en Pombo sugiere tal clase de mensaje positivo mediante un relato cuyo despliegue culturalista y su puntillismo analítico no suponen estorbo alguno a la amenidad.