Luisgé Martín. Foto: Archivo del autor

Anagrama. Barcelona, 2016. 280 páginas, 18'90€. Ebook: 9'99€

Texto fundamentalmente memorialístico en el que Luisgé Martín (Madrid, 1962) pone en juego sus abundantes recursos narrativos, El amor del revés es la historia de la asunción por parte del autor de su condición homosexual en una España a la que, cronología en mano, se le debería suponer un aperturismo contrastable: es 1977, "a los quince años de edad", cuando el narrador alcanza conciencia plena de su sexualidad.



Son los años ochenta cuando da sus primeros pasos decididos en el mundo gay, entonces clandestino y todavía confuso. Por lo tanto, y de un modo casi exclusivo, hablamos de una vida privada desarrollada en democracia; el libro demuestra hasta qué punto es precaria la capacidad de ese enunciado meramente institucional para operar de un modo inmediato sobre viejas estructuras culturales. Y por otra parte, incluso aunque El amor del revés se cierre con una irónica reivindicación del "pesimismo narrativo" ("ningún final es feliz: si es feliz, no es todavía el final"), no es menos cierto que también contribuye a un balance que, con todo, es positivo: el narrador de este libro se despide de nosotros siendo un hombre casado y con un esperanzador número de deudas personales y colectivas saldadas.



Estas memorias llegan precedidas y envueltas en una aureola de confesionalidad descarnada, honesta, estremecedora (dice la cintilla publicitaria). ¿Lo son? Honestas, absolutamente. Estremecedoras, también: las implicaciones sociológicas tanto del relato externo (un país conservador) como interno (un chico de clase media interioriza miedos y prejuicios cuya peor característica es la falta de imaginación; los combate sin lograr nunca una victoria definitiva) logran perturbar al lector. Y descarnadas, sin duda. Si hay prosas colosales que se construyen en torno a la voluntad de eludir un secreto íntimo, y pienso en el ejemplo de Kierkegaard, que paradójicamente es citado aquí. El caso de El amor del revés es el contrario, como es preceptivo en la literatura de los últimos años: hacer emerger todo secreto. Sin embargo, la peripecia vital de este narrador no resulta particularmente sórdida ni extrema. La sordidez, y con ella el dolor, surgen de comprobar las dificultades que un rostro cotidiano de la normalidad como es la homosexualidad ha tenido que afrontar para ser reconocida como tal.



El narrador rondando maniáticamente un quiosco durante horas hasta atreverse a comprar una revista erótica: esa vergüenza y ese modo de habitar el secreto son tratados estilística y tonalmente con una sobriedad mayor de lo habitual en Martín; y el amor es abordado con una ternura que, aun ensombrecida por un decisivo sentido de lo fatal, resulta casi habitable en su idealismo sentimental.



El libro topa con ciertos límites, como algún pasaje de una llamativa ingenuidad expositiva (pienso en aquel que arranca con "soy una persona culta", sorprendentemente torpe), el tratamiento epidérmico de algunas ideas puestas en circulación o lo obvio de algunas imágenes (sentirse "cucaracha" tiene mucho de cliché, y el desarrollo de ese leit motiv en el texto no desarma esa sensación); pero el propio Martín señala la cuestión de la identidad como el verdadero sentido de su narrativa, y en ese aspecto, en el de la construcción de una identidad en un contexto social determinado, El amor del revés es un libro dispuesto a exponerse con todas las consecuencias.