La nueva novela de José María Merino (La Coruña, 1941) cruza las vidas de sus personajes con la biografía casi desconocida de la escritora Oliva Sabuco, figura del Renacimiento español envuelta en un halo de misterio propenso a la mitificación: posible (pero no segura) autora de un libro que se adelantaría en siglos a algunas ideas fundamentales de la medicina moderna, estrella fugaz del privilegiado panorama cultural de su época... En fin: una Musa décima poco recordada hoy, que sin embargo obsesiona a Berta, profesora de latín en un instituto, enferma de cáncer, empeñada en escribir un libro sobre Sabuco.
A su alrededor, una serie de figuras pertenecientes a varias generaciones (creo que el elemento generacional es significativo en esta novela, hasta el punto de determinar su lectura) experimentan amor, deseo, rechazo, fracaso y dudas: su hijo Rai, aficionado al cómic y un tanto incapaz para el amor; su novia Yolanda, autora de novela histórica; su exmarido, padre de Rai, que la abandonó por una atractiva mujer más joven; hay otros, pero entre los que acabo de citar se producirán las variantes más complejas, a veces hasta retorcidas, de encuentros y desencuentros. A ratos drama conyugal o familiar, a ratos reflexión casi crepuscular sobre lo que los libros de texto llaman ‘el hecho literario', Musa décima desarrolla todas estas líneas con una energía decreciente, pero que se beneficia del oficio y buen gusto de su autor, más sólido en su exploración del pasado (cuando no la ralentiza cierto didactismo) que en sus intentos de retratar conflictos y discursos artísticos de última hora, a veces rozando el acartonamiento.
Y con todo, no deja de ser curioso que uno de los temas más interesantes de libro tenga que ver (de un modo lateral) con discusiones que hemos mantenido, literalmente, ayer mismo: en la investigación que Berta y Yolanda compartirán en torno a Oliva Sabuco, pronto aparecerá la cuestión de la realidad frente a la ficción como gran piedra de toque. De la biografía a la novela o del documento a la suposición, la profesora y la narradora tienen distintas percepciones, aunque no completamente incompatibles, sobre el modo en que debe afrontarse la recreación de una vida antigua.
Berta, convencida de hablar con el espectro de Olivia Sabuco, recibe de ella el siguiente consejo: “Es tu libro, Berta, tu libro. Escríbelo como quieras. Seguro que lo haces bien”. Su réplica no es tan contundente: “No puedo escribirlo como quiera, tengo que ajustarme lo más posible a la realidad... No olvides que se trata de un ensayo biográfico. Hay cosas que puedo imaginar porque seguramente son ciertas, pero otras...” Así, el personaje evocado está más dispuesto a ser reelaborado por la imaginación de su biógrafa (una interlocutora, al fin) de lo que esa misma biógrafa se atreve a imaginar. La aparición de Cervantes a medida que se vuelve más complejo el debate es igualmente eficaz y elegante. Más aún cuando un giro en el último acto pone definitivamente sobre la mesa otra cuestión que atraviesa de modo latente todo el libro: la apropiación indebida, la piratería intelectual como debilidad o como fraude, pero sobre todo como constante definidora de una época que mantiene una actitud cínica ante cualquier forma de lealtad.
La aproximación, secundaria, a otros debates literarios (en torno al mercado y lo comercial, la imaginación, la autoficción, etc.) tienen menos interés, al estar encarados desde un marco un tanto esquemático. La incorporación de viñetas atribuidas a Rai funciona precariamente; en cambio, algunas fotografías a lo Sebald tienen poder evocador. En conjunto, Musa décima gana cuando le da corporeidad a la idea de la literatura como una cadena de presencias reales: Oliva lo es para Berta, Berta lo es para su hijo Rai en el final optimista, luminoso del libro.