Jules Vallès

Traductor de Luis Eduardo Rivera. Periférica. Madrid, 2016. 95 páginas, 11'40€

Por recursos -tan reivindicados hoy por quienes se consideran a la vanguardia- como el del manuscrito -en este caso un testamento en forma de diario- encontrado, la escritura fragmentaria, la ironía y el tono de farsa o la autoficción más o menos velada, El testamento de un bromista, de Jules Vallès (1832-1885), es un libro de una modernidad incuestionable. Vallès fue, antes que escritor, revolucionario: uno de los líderes más visibles de la Comuna de París. Fundó periódicos, fue encarcelado varias veces por sus artículos incendiarios y publicó una conocida trilogía autobiográfica, de la que este libro es antecedente claro. Fue admirado por autores como Zola o Lefebvre, y este último lo situó en el gran trío de escritores surgidos del espíritu de la Comuna, junto a Lautrèamont y Rimbaud.



Pitou, el protagonista, es alter ego de Vallès, que reconstruye, a modo de anecdotario, una serie de penosas experiencias que vivió de niño, en una familia de padres autoritarios que lo maltratan y humillan sin tregua, y que lo educan, con la inestimable ayuda del colegio, en la estricta moral burguesa de la Francia de la primera mitad del siglo XIX.



El propio Vàlles desarrolló una aversión a la autoridad que mantendría hasta su muerte. Muchos de los temas que toca son temas, amén del consabido rosario revolucionario contra el "viejo orden", sorprendentemente contemporáneos, como el de la entrega de la educación a las disciplinas "prácticas". El testamento de un bromista es, en fin, un libro excelente, tierno y áspero al mismo tiempo, tan triste y divertido como cualquier vida.