Mirlo blanco, cisne negro
Juan Manuel de Prada
21 octubre, 2016 02:00Juan Manuel de Prada. Foto: Espasa
Alejandro Ballesteros es un joven algo talentoso y también algo panoli que llega a Madrid, publica un libro de relatos, persigue la gloria y asiste a fiestas literarias en las que todo el mundo es perfectamente ridículo.En una de ellas, el azar le lleva a conocer a Nieves, la atractiva esposa de Octavio Saldaña, un escritor de estilo apoteósico cuyo mejor momento, sin embargo, queda ya lejos: tras escribir algunas de las páginas más brillantes de la literatura española contemporánea, su estado de permanente rebelión ideológica frente a lo "sistémico" y su encajonamiento artificial en medios de comunicación ideológicamente muy sesgados lo han convertido en un apestado (lo que, por cierto, no es necesariamente sinónimo de maldito). La relación entre ambos escritores será el eje central de Mirlo blanco, cisne negro, la nueva novela de Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970), que da vueltas a la condición del escritor, a sus ambiciones y a las limitaciones que está condenado a encontrar. Todo, hilvanando una historia de maestro y discípulo con las dosis tradicionales en estos casos de perversidad, fascinación e imposibilidad final.
Lo cierto es que la lectura de Mirlo blanco, cisne negro es bastante divertida, aunque en una multitud de sentidos que se superponen. Pasemos rápidamente por los aspectos que satirizan o parodian el circuito literario español de hoy, con sus referencias maliciosas a un par de consagrados, sus cargas contra el mundo editorial y su retrato desenfocado de los "nocilleros" (la novela se cobra varias bromas ingeniosas a costa de los escritores trepas, a quienes asigna esa etiqueta aunque podría ser cualquier otra, porque es una mirada crítica de lo más genérica); en ese campo, eso sí, las mejores páginas son las que vituperan con crudeza atrabiliaria a la crítica literaria, amparada en y amparadora de la "misa democrática", dice un Saldaña que parece Bloy, y no se me ocurre mayor elogio.
Pero lo verdaderamente jugoso del libro está en el juego de espejos autor-narrador-personajes, un circo de tres pistas en el que De Prada lo mismo se denigra que se ensalza apoteósicamente, se aleja y se distancia de Ballesteros y Saldaña, versionando en definitiva su propia imagen pública y, lo que no es menos interesante, su trayectoria literaria. De aquí nacen pasajes de un descaro atractivo, jugoso para los teóricos del ego.
Ahora bien, es inevitable preguntarse cuánta de toda esa diversión se sostendría por sí misma en caso de leer la novela sin conocer la proyección pública del autor, o si se sostiene con convicción esa lectura más solemne a la que el libro también aspira; también, cuánto hay de comicidad indeliberada en parte de sus excesos autorreferenciales, los más justificativos o celebratorios por vía indirecta; y en fin, si la voluntad de decir algo rotundo acerca de la vocación literaria y la ansiedad de la influencia llega a concretarse en algún pasaje realmente memorable (brillantes, hay varios).
Ocurre algo no muy distinto con el estilo. Obvio que la profusión sintáctica y léxica del texto llama la atención, a veces hasta deslumbrar (cuando aparece el verbo "encalomar", uno aplaudiría). Otras veces, afrontando imágenes del estilo "uñas como mejillones", la reacción del lector es mucho más conflictiva: ¿es paródico, o de verdad el combate contra una hipotética precariedad estilística de hoy pasa por hablar de "labios carnívoros de carmín o de sangre"?
De hecho, estaría bien que el estilo se sostuviera en ese registro, pero ese columpiarse entre lo sublime y lo estrafalario pierde fuerza al producirse dentro de una estructura narrativa más convencional que clásica, y en una textura que simultanea la exuberancia estilística con tics igualmente convencionales: los diálogos, por ejemplo, son demasiado a menudo funcionales, hasta domóticos.
Con todo, Mirlo blanco, cisne negro presenta ciertos atractivos perversos (entre los que apenas tienen peso, si es que este tipo de juegos le interesan al lector, los paralelismos más o menos chafarderos con personajes o instituciones reales más allá del propio De Prada) y es una novela, cuanto menos, curiosa.