Roberto Bolaño
En su prólogo a El espíritu de la ciencia-ficción, Christopher Domínguez Michael se refiere al famoso "arcón" de inéditos de Roberto Bolaño (1953-2003), comparándolo con el de Pessoa, fuente inacabable (es un decir) de textos, voces, heterónimos.No hay heteronimia, o no exactamente ("Jan Schrella, alias Roberto Bolaño", se lee en la firma de una carta escrita por el protagonista de esta nueva novela), en el texto que ahora recupera Alfaguara, pero sí que resulta difícil obviar su origen, es decir, ese arcón que convierte El espíritu de la ciencia-ficción no en una novela, sino en una novela de Bolaño. Podemos decir, como el sello que la rescata, que este libro antecede a Los detectives salvajes, y las pistas (temáticas, geográficas, estilísticas o bautismales) abundan en este sentido; podríamos levantarnos de humor y juguetear, decir que sobre este texto a ratos brillante y a ratos deslavazado se advierte una sola y poderosa influencia, la de Roberto Bolaño; podríamos apelar a la arqueología, explicar cuánto hay de valioso en asistir a la conformación de una voz, o en cribar a lo largo de estas doscientas páginas lo episódico de lo que realmente se quedaría para siempre en la escritura del chileno.
O bien, podríamos recordar lo obvio: que las obras menores de un gran escritor sólo son mero completismo para sus lectores casuales, pero funcionan como una bellísima y necesaria extensión de la conversación con él para sus verdaderos lectores. En fin, que esta publicación es una buena noticia, y luego está lo otro: animarse a leer el libro como quien lee un libro y no sólo, encorsetadamente, un libro de Bolaño.
En este sentido, El espíritu de la ciencia-ficción es una novela sobre el hecho de ser "un mirón en el DF, un recién llegado bastante pretencioso y un torpe poeta de veintiún años": una novela de aprendizaje, pues, en torno a la literatura pero también a la vida que encorseta a la literatura ("me doy de plazo un año para ser famoso y tener unos ingresos similares a los de un funcionario en el peor lugar del escalafón", dice aquí un aspirante a escritor, y recuérdese que el espíritu de la queja sigue subiendo en nosotros desde 1984, año en el que Roberto Bolaño fechó esta ficción). En torno al sexo, que propicia las mejores y más desasosegantes páginas de este libro, sobre todo en su coda, "Manifiesto mexicano", un fragmento compartido con La Universidad desconocida y que recrea con sensorialidad vívida lo que ocurre en las morgues "de la higiene, del proletariado y de los cuerpos. No así del deseo". En torno a tristezas paradójicas.
La estructura del libro combina pasajes narrativos que cuentan la vida de buhardilla y claroscuro de dos jóvenes literatos con las cartas que uno de ellos escribe a sus escritores de ciencia-ficción favoritos, sin la más mínima expectativa de ser contestados. Esas cartas son, en algunos casos realmente brillantes, como las dirigidas a Robert Silverberg, Ursula K. Le Guin ("¿la implacabilidad es nuestra arma?"), James Tiptree Jr ("¿no sería mejor mantener correspondencia con jubilados norteamericanos en lugar de con escritores de ciencia-ficción?") o Philip José Farmer ("la guerra puede ser detenida con sexo o con religión"). Y téngase presente que la ciencia-ficción es siempre una especulación, una investigación que no excluye el exceso relacional pero apunta al futuro con intención crítica. Los interlocutores de Jan no son casuales ni su elección es meramente lúdica, lo cual, añadido al pasaje desternillante que incorpora al niño Georges Perec y a los escritores Isidore Isou y Altagor, o la mención de una Historia paradójica de Latinoamérica, habla también de la relación del autor con el canon, que es ya tan creativa y desprejuiciada aquí como lo sería en el futuro.
La alta citabilidad del libro, la abundancia de frases felices y pasajes deslumbrantes, es la evidencia de su virtud: he aquí un tono y un estilo, un escritor. Esto no significa que El espíritu de la ciencia-ficción sea un libro perfecto; a veces se diluyen un poco sus contornos generales, otras veces sus aspectos más anecdóticos no remontan y en eso se quedan. Algunas de las principales virtudes del narrador Bolaño aún no han cuajado. Pero cualquiera que lea este libro (venga a nosotros el cliché) menor sabrá ver en él una voz enamorada de la literatura "como sólo puede estar enamorado quien vive en alguno de nuestros países y lee".