Así vio José Planés a Elena Fortún.
Aunque el prólogo perfecto de Nuria Capdevila-Argüelles a Oculto sendero (un ejemplo de rigor académico útil al lector) ya dice todo lo importante que cabe decir acerca de esta curiosísima y valiosa novela de Elena Fortún-Encarnación Aragoneses (Madrid, 1886- ibídem, 1952), inédita hasta hoy, convengamos en que lo hace desde una mezcla de erudición en torno a la autora y admiración basada en ese conocimiento.Por mi parte, en cambio, Fortún es un nombre de la constelación popular española, una referencia consabida pero no cercana, cuya serie de novelas protagonizadas por la niña Celia no forman parte de mi bagaje. Una autora a la que venía atribuyendo, desde esa distancia confesa, un arte "popular, que es lo mejor que puede ocurrirle a un artista, si no es chabacano" (por citar a la propia Elena Fortún cuando se refiere a su alter-ego en este libro), pero no un interés urgente.
Sin embargo, los esfuerzos de la editorial Renacimiento por situarla bajo un nuevo foco, primero con el rescate de Celia en la revolución y ahora con Oculto sendero, obligan a redefinir su lugar en el mapa, o mejor, a tomar en serio esa idea de que un estilo sin vanguardia (en sentido amplio) puede transportar ideas de riesgo y perdurables. De hecho, Oculto sendero aparece muy sugestivamente en un momento en el que existe una red de lectores que está discutiendo, analizando y canalizando todas las líneas de fuerza del relato enhebrado por Fortún. Aparece, en fin, para ser leído y comprendido, para exhibir vigencia.
Oculto sendero es una novela de fuerte contenido autobiográfico en el que una mujer, pintora e intelectual autodidacta, explica en primera persona su larga trayectoria desde la infancia hasta la madurez, marcada por el deseo de independencia y una orientación sexual no normativa. Cuando es niña recibe el trato de "chicazo", "mona" o "fracaso constante"; cuando crece, se le recrimina que "le importan más las amigas que la familia"; si pregunta por su futuro, se le responde que sólo podrá vehicularlo a través del matrimonio, etcétera.
La resistencia sorda, casi secreta, contra la exigencia externa de "normalidad" está tratada con una valentía admirable y sutil por parte de Fortún (algo que viene de la mano de la historia oculta del propio manuscrito). La claridad del trazo no excluye toda clase de matices, incluyendo el de la sensualidad en el retrato de la belleza femenina moderna, una mirada severa a los claroscuros de la institución familiar, o una intuición del modo en que la ficción conservadora genera identidad.
Y si la novela es literariamente sólida (el último tercio presenta síntomas de agotamiento narrativo, pero nunca llega a naufragar), su lectura como eslabón en la reconstrucción de una tradición de visibilidad lésbica es tan reveladora como fue en su momento el rescate de Zezé de Ángeles Vicente por parte de Ángela Ena Borbonada (Lengua de Trapo, 2005).
Pero ahí no se agota este asunto: es que casi todas las novedades editoriales ‘ruidosas' del último medio año en materia feminista tienen su aplicación práctica en estas páginas, desde el debate en torno a la maternidad conflictiva hasta la defensa de la soltería entendida como independencia, pasando incluso por ese neologismo brillante, mansplaining, cuya realidad no para de sufrir la protagonista de Oculto sendero. Entender y resituar esta novela, hacérnosla nuestra, resulta muy fácil, por suerte y por desgracia.