Iván Repila. Foto: Archivo del autor

Seix Barral. Barcelona, 2017. 384 páginas. 17€, Ebook: 11'99€

Hacía bastante tiempo que no me enfrentaba a una novela tan difícil y áspera como Prólogo para una guerra. Iván Repila (Bilbao, 1978) hace todo lo posible para levantar un muro engastado con concertinas que evite la comprensión directa del argumento, o mejor, para evitar esta palabra aquí no del todo pertinente, de su disperso anecdotario.



El libro arranca con unos difusos sucesos que a las pocas páginas se desmienten: "y no: nada fue así". Se abre, pues, con una poética de la incertidumbre, la insinuación, la conjetura o la paradoja que lleva, en conjunto, a la retórica del laberinto. A ese contenido evanescente preliminar acompaña una formulación de ideas alambicada. La primera descripción de Oona, la coprotagonista (la designo así aunque tampoco el término sea muy riguroso), dice: "Era una belleza efímera y desobediente, que viajaba apenas con un gesto o una mueca de la hermosura hasta el recuerdo de un lugar mediocre, volandera inocencia que no llamaba al asombro sino cuando estaba cerca".



Con no poco esfuerzo, llegamos a reconstruir una peripecia basada en la contraposición de dos personalidades. A un famoso arquitecto, Emil, le encargan un gran proyecto urbanístico para su ciudad con el que corroborará su idea del progreso histórico, pero un trauma familiar lo encarrilla hacia el diseño de un barrio-trampa horrible e inhumano. En paralelo, un hombre solitario, también víctima de un trauma personal, el Mudo, se distancia de su sociedad y recorre obsesivo el lugar. Su encuentro con Oona, la mujer de Emil, le lleva a rectificar su conducta y a romper el silencio voluntario con el afán de contribuir a un bienestar futuro colectivo. Las dos perspectivas acerca del porvenir, la destructiva de Emil y la solidaria del Mudo, desembocan en la confrontación de ambos que se produce -estampa de un duelo del far west- en un marco de fanta ficción apocalíptica.



No menor esmero que la anécdota requiere el artefacto formal de corte vanguardista. Repila elimina el psicologismo, practica un antirrealismo visionario (solo una revuelta popular y su represión indican un testimonio actual, hermanable con el movimiento del 15-M) y remata el libro con un poemario. No utiliza un narrador identificable. Presenta las secuencias como si se tratara de un puzle y algunas las encadena en orden inverso al normal o las repite con variantes. Y, sobre todo, suple la descripción verista por un constante despliegue metafórico de filiación surrealista a la vez que siembra el relato de ideas abstractas de formulación compleja y enigmática profundidad (solo una muestra: "¿Quién se atrevería a negar el eco evanescente que el silencio graba en el guardapelo de los solitarios?")



Iván Repila ha escrito un relato poemático que es grito, alarma y denuncia; una especie de narración social sobre parámetros expresionistas, imaginaría alucinatoria, ecos del absurdo -Kafka y Beckett al fondo- y barroquismo expresivo. Esta fábula dantesca es literatura muy seria y comprometida, pero se resiente de una trama anecdótica demasiado esquemática, el simbolismo oscurece la verdad humana, rinde un culto exagerado a la artificiosidad y la lectura resulta excesivamente ardua.