Gustavo Martín Garzo. Foto: C. Pérez García

Destino. Barcelona, 2017. 208 páginas. 19€, Ebook: 9'99€

Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) es autor de una selecta obra novelística destacada por importantes premios literarios, como el Nacional de Narrativa o el Nadal. En su trayectoria el autor alcanza la cumbre cuando recrea temas y asuntos bíblicos. Así ocurrió con El lenguaje de las fuentes.



Y algo parecido vuelve a suceder con No hay amor en la muerte, su última novela. En ella se aborda el episodio bíblico en el que Jahvé pide a Abraham que, en prueba de obediencia y amor, sacrifique a su hijo Isaac. Abraham obedece el mandato divino y en el último momento un ángel del Señor detiene su mano.



Este sacrificio es fundacional en la religión judía. Y como parábola suprema de amor a Dios y de temor a su poder infinito, también como ejemplo máximo de crueldad, el episodio bíblico encierra múltiples ángulos de visión en inquietantes preguntas y reflexiones de difícil esclarecimiento en la vida de los seres humanos.



Martín Garzo aborda estos interrogantes explorando la historia bíblica con conocimiento y lealtad a sus fuentes. Abraham y Sara eran ya viejos y, creyendo que no podrían tener hijos, decidieron valerse de la esclava Agar para tener a Ismael. Pero después unos ángeles anunciaron a Sara que concebiría un hijo.



Este hijo, Isaac, es el sacrificio que reclama Jahvé a Abraham. El confundido y atormentado padre hace cuanto puede para dar largas al asunto, sin desobedecer el mandato de su Dios. Y Martín Garzo se las ingenia para profundizar en lo esencial del conflicto. Su primer acierto está en elegir como narrador de la historia a quien la vivió siendo niño, sin entender lo que ocurrió allí, pero que, poseído por lo que pudo vislumbrar entonces, fue descubriendo cada vez más perplejidades de aquella experiencia terrible.



El narrador de la novela es Isaac ya maduro, que delira y recuerda ante un coro de figuras femeninas misteriosas cuyas palabras abren todos los capítulos con una frase breve o un texto algo más largo siempre en letra cursiva.



Luego sigue en capítulos que se suceden sin numerar el soliloquio de Isaac con su desordenada rememoración subjetiva de su pasado familiar, las cambiantes relaciones de amor y de miedo con su padre, las más afectivas con su madre, las habidas entre Abraham y Sara, y al final también las desarrolladas entre Isaac y Rebeca con sus hijos Esaú y Jacob, sin olvidar episodios bien conocidos como, por ejemplo, el del paso de la primogenitura de uno al otro.



Y todo el soliloquio de Isaac narrador está construido en una sintaxis carente de puntos y puntos y aparte, que son sustituidos por barras (/) que delimitan versículos de un texto eminentemente poemático.



Por todo esto No hay amor en la muerte es un afortunado ejemplo de novela lírica en la cual fluye con ritmo sostenido, con el único descanso de los espacios en blanco entre capítulos, la salmodia representada por la rememoración subjetiva de un viejo narrador que recrea su pasado en busca de la comprensión de su propia vida. El amor, la locura y la muerte, el temor a Dios, la obediencia al mandato divino y el sentimiento del deber son temas que componen un bucle dominado por el amor a la vida.



Y el relato del cruel episodio bíblico se enriquece con numerosas historias intercaladas en un texto poético pródigo en recursos de la narración oral, entre los cuales destacan la concatenación del texto entre el final de un capítulo y el comienzo de otro (pp. 173 y 175), el dinamismo intensificado por la intervención del coro femenino que anima al narrador a seguir contando sin parar (p. 169) o la función fática ensayada por el narrador para comprobar que sus receptoras siguen escuchándole (p. 141), entre otros procedimientos consagrados por viejos maestros contadores de historias.