Ignacio Martínez de Pisón
Hay muchas cosas buenas que podrían decirse de la nueva novela de Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960), Derecho natural, y todas ellas derivan de la coherencia de su autor, cuya absoluta conciencia profesional lleva años combinándose con su innegable talento narrativo para construir, una y otra vez, novelas intachables y sólidas.He aquí otra novela de Martínez de Pisón: una familia cuyos conflictos establecen sutiles pero indiscutibles correspondencias con la historia de nuestro país (en este caso, otra vez, la Transición); una atención precisa al detalle psicológico revelado en cada gesto, acción y decisión; una estructura narrativa que se gana el derecho a ser considerada más clásica que convencional, pero que aspira a la legibilidad y la claridad más que a la incomodidad; una figura paterna conflictiva y que vive en una escapada permanente... El resultado es bueno, porque el autor es incapaz de escribir una mala novela; el problema deriva, precisamente, de constatar que a Derecho natural no la beneficia ser "buena", porque sus posibilidades se ven bastante acotadas por esa misma bondad narrativa. Por eso, y por algunos desajustes, a este crítico su lectura le ha resultado ágil y amena, pero no memorable.
La historia que explica la novela es la de su narrador en primera persona, Ángel, hijo de una madre que se debate entre el modelo antiguo y el nuevo de feminidad y de un padre actor, tarambana e irresponsable, que logrará su mayor éxito profesional imitando al cantante Demis Roussos gracias al parecido entre ambos que propicia el declive de su físico.
La historia mira hacia atrás, hacia las raíces charnegas de esta familia establecida en Barcelona, y hacia adelante, puesto que Ángel tiene tres hermanos cuyas circunstancias permiten asomarse a la misma época desde matices distintos. En lo íntimo, Ángel se forja en el cruce entre la herencia familiar y su historia de amor con Irene, una chica moderna de los primeros 80 de manual; en lo colectivo, el título de la novela alude al paralelismo entre la institución del Estado y la familiar, en el modo en que se legitiman y conforman las relaciones en su seno, y en la distancia que media entre justicia y ley.
Sociológicamente impecable, Derecho natural pone sobre la mesa el referéndum de la Constitución, la reescritura de las biografías individuales para amoldarse a las exigencias de un nuevo tiempo político, la ley de divorcio, la irrupción salvaje de las drogas, e incluso la construcción de todo un nuevo imaginario lúdico a través de la televisión, el espectáculo y la Movida. ¿Es válida su aproximación? Sí, hasta el punto de permitir un amplio consenso en torno a lo que muestra y cómo lo muestra. Una vez más, difícil que remueva, pero imposible negarle solidez.
Probablemente se deba a la propia naturaleza de la voz narradora, y haya mucho de deliberado en ello, pero los desajustes a los que me refería antes tienen que ver con la sensación de excesivo subrayado que caracteriza el tono de la novela.
David Grossman decía que en una narración cada detalle es esencial para lograr la verosimilitud. Hay elementos diminutos que parecen gratuitos: por ejemplo, seguía Grossman, un pedal añadido a la máquina de coser porque la protagonista es bajita. Pero si no los introduce, el creador provoca un pequeño hueco, y si acumula demasiados acaba creando "una vaga sospecha de negligencia".
Ahora bien, ¿qué sucede cuando un foco de gran potencia ilumina ese pedal? Desde luego, en esta narración cada pedal se encuentra en su sitio, pero no siempre agradecemos que se hagan tan explícitos (las muletillas de los personajes, su gestualidad... Todo es materia de reflexión, a veces hasta caer en la obviedad). Si a eso se añade que la trama exige al menos un Deus Ex Machina creíble, sí, pero no sé si convincente, y que algunos pasajes rozan el cliché suavizado (¡esa yonqui!), el resultado se resiente.
Sin embargo, ojalá los amigos del pero-entonces-te-ha-gustado-o-no entiendan que Derecho natural es, a menudo, una novela bien hecha, incluso con momentos emocionantes que suelen tener que ver con la capacidad de sus personajes para la reconciliación tardía con ellos mismos o con los otros. El problema es el no sé qué de déjà-vu, de escaso riesgo. A veces, un poco de mala escritura da mayor vuelo a la literatura.