Ralf Rothmann. Foto: Asteroide

Traducción de Carles Andreu. Libros del Asteroide. Barcelona, 2017. 240 páginas. 19'95€, Ebook: 11'99€

Ralf Rothman (Schleswig, 1953) nos sitúa en Morir en primavera en ese momento terrible del final de la Segunda Guerra Mundial en el que Alemania tenía ya la contienda perdida y se producían reclutamientos forzosos de jóvenes de apenas diecisiete años a los que se enviaba al frente después de sólo tres semanas de adiestramiento.



Es el caso de los dos jóvenes protagonistas de la novela, Walter y Friedrich, dos pacíficos ordeñadores de granja en el norte de Alemania que soñaban con no tener que combatir, ahora que el avance veloz de los rusos y de los americanos iba a liquidar pronto el delirio nacionalsocialista, una locura que deshizo a dos generaciones de hombres, pues a menudo padres e hijos coincidirían en un mismo infierno. Aquellos que sobrevivieron guardaron un pesado y cerrado silencio que sólo rompieron algunos narradores. La de estos dos muchachos "movilizados" fue también la generación y el caso de escritores conocidos como Günter Grass o Siegfried Lenz, también alemanes del norte que se alistaron y vivieron de cerca el terror.



A lo largo de esta hermosa y terrible narración, Rothmann rescata literariamente tantos y tantos planes vitales rotos por la guerra, mientras ambienta de modo prodigioso el tejido de toda una época con una atención afinada al detalle de las canciones, costumbres, comidas y bebidas, modelos de vehículos bélicos, cartas de familiares, novias y combatientes...



Es un momento de derrota anunciada en el que las granjas, pueblos y ciudades alemanas empiezan a estar tan dañadas como la moral de unos jóvenes que deslizan ya críticas e ironías acerca de la paranoia de su Führer y la clase dirigente. Rothmann retrata el temor que inspiran a estos muchachos los oficiales veteranos, con sus distintivos, condecoraciones y su absoluta frialdad de ejecutores en un momento ya de desvarío y deriva suicida en la que detectaban traidores y desertores por todas partes.



Walter y Friedrich pasan en cuestión de días de sus ocupaciones en la vaquería al frente húngaro, donde van a conocer de cerca la miseria y el horror puros, siendo conscientes del absurdo al que los han arrastrado y de que pronto serán carne de cañón ante el imparable avance ruso. El enemigo está también en sus propias filas, en el embrutecimiento y crueldad de sus mismos oficiales, o de sus aliados de la milicia húngaro-alemana (tipos que no dudaban en llevar también el bigotito cuadrado de Hitler y masacrar a discreción).



Resulta también muy interesante el paisaje que Rothmann describe de los campos de prisioneros donde iban a parar los soldados alemanes, o de las ciudades alemanas arrasadas tras la guerra, la desconfianza de todos hacia todos una vez que toca salir adelante y reconstruir incluso la identidad propia.



La novela rebosa viveza y una agilidad narrativa que arrastra al lector. Hay un excelente equilibrio entre la peripecia pura y la buena narración. Y es muy hermoso ese aire final de confesión familiar, ese desvelamiento personal como un viaje de invierno schubertiano que el autor describe en su epílogo.