Ignacio Ferrando

Tusquets. Barcelona, 2017. 400 páginas. 19€, Ebook: 9'99€

Con su anterior novela, Un centímetro de mar (Alberdania, 2011), Ignacio Ferrando (Trubia, Asturias, 1972) ganó los premios Ciudad de Irún y Ojo Crítico de RNE. Después vendrían La Oscuridad (Menoscuarto, 2014) y Nosotros H (Tropo Editores, 2015), aunque también con el libro de cuentos La piel de los extraños (Menoscuarto) había obtenido el Premio Setenil, en 2013, y seis años antes había conquistado el Juan Rulfo de relatos.



Advertía Santos Sanz Villanueva en estas mismas páginas, a propósito de otro libro de relatos de Ferrando, Sicilia, invierno (Tusquets, 2008), que el narrador asturiano era "dueño de una excelente prosa, de frase amplia y léxico rico, apenas afeada por algún desliz menor, y sembrada de creativas imágenes". La quietud, su cuarta novela publicada, es una obra interesante que ahonda en el problema de la paternidad, en las relaciones de pareja y en los encuentros y desencuentros entre padre e hijo.



La historia novelada comienza tras la separación de Héctor y Julia, motivada por la relación amorosa de él con una joven alumna. Héctor Marsé es un arquitecto con despacho profesional en Madrid, además de profesor asociado en la Universidad. Allí conoce a la atractiva Ann, con la cual convive después de su separación matrimonial. Pero antes Héctor y Julia habían iniciado trámites para la adopción de un niño en Rusia. Ahora se lo han adjudicado. Y la sorpresa inicial que provoca la suspensión de la intriga viene dada por el deseo de Julia de que Héctor la acompañe como marido oficial en el viaje a Siberia con el fin de conocer a Dimitri, el niño de dos años y medio que les han elegido.



Esto es lo que se cuenta en la primera parte. La novela tiene tres partes más, todas con nombre de una mujer en título. Ann en la primera, localizada en Madrid; Julia en la segunda, en la que se lleva a cabo el viaje a Rusia, hasta llegar a la ciudad donde se encuentra Dimitri; Vera, hermana de Dimitri, ocupa el título de la tercera, donde prosigue la aventura de Julia y Héctor en lugares de Siberia oriental; y la cuarta parte, de nuevo localizada en Madrid, lleva por título Cristha, alemana que había sido amante del padre de Héctor en años de la Transición.



También hay un epílogo final, de tres páginas, con figuraciones de Héctor en compañía de Julia y Dimitri en Moscú que no parecen pertinentes por no añadir más que simples imaginaciones cuando la novela había quedado bien acabada con el fallido reencuentro entre Ann y Héctor al final de la cuarta parte.



Lo mejor de La quietud está en el interés de su historia novelada que, rozando los límites de la verosimilitud pero sin quebrantarla, va enriqueciendo su trama a partir de la sorpresa de un matrimonio roto que vuelve a unirse, por deseo de Julia y con reticencias de Héctor, en el proyecto de adopción del niño ruso. Del plan inicial se pasa, mediante una bien medida distribución de lances novelescos en el sorprendente viaje a Rusia y la no menos apasionante aventura siberiana de lucha con una naturaleza hostil, a la introducción de los temas de la adopción, la paternidad y las relaciones entre padre e hijo, además del conflicto de pareja entre los dos protagonistas.



Así vamos accediendo al núcleo temático de la novela, con Héctor como cuarentón que no ha superado su crisis matrimonial y que gradualmente se acerca a la figura de su padre, hasta verse repitiendo su andadura vital. Por eso Héctor es el narrador en primera persona. Porque su viaje, que es doble, físico en su aventura rusa y espiritual en su transformación interior, constituye una búsqueda de sí mismo en plena crisis de los cuarenta, en relación con su esposa y su amante y, sobre todo, con el recuerdo de su padre. De ahí la alternancia que a veces se produce en la narración del presente viajero y el recuerdo del pasado en una novela que entretiene con su relato de aventuras y enriquece con la rememoración meditativa sobre momentos cruciales de la vida.