Martín Caparrós. Foto: Juan Postigo
No he acabado de leer La Historia, de Martín Caparrós (Buenos Aires, 1957). Quisiera ser comprendido: por supuesto que he llegado hasta su última página, la 1.022, al ritmo demente que imponen las fechas de entrega periodísticas. Sin embargo, este hecho no agota las posibilidades de lectura de un texto como este; puede que nada las agote, ni siquiera la circunstancia de haberlo escrito. La Historia es una obra descomunal no tanto por su extensión (aunque el volumen de la propuesta da la medida de su ambición) ni por su condición laberíntica (que es relativa, dada su estructura aparentemente racional, hasta filológica), sino más bien por la multiplicidad de registros y posibilidades que acoge en torno a una idea alternativamente histórica, narrativa, física, existencial, filosófica, mecánica, finita o infinita: la del tiempo. También contribuye al continuo desborde del lector el hecho de que Caparrós se haya inventado aquí un castellano que, sencillamente, no existe. Una lengua cuyos mecanismos de coherencia, cohesión, derivación y ritmo registran una vibración paralela e independiente a los del castellano de cualquier otro texto. Esto vale igual para el relato central, un manuscrito encontrado de hechuras legendarias, que para las notas de extensión desaforada que tratan de explicarlo y sistematizarlo en tono académico.Porque La Historia parte de un presupuesto clásico, el del volumen inédito que un investigador encuentra por casualidad. El mismo narrador se burla explícitamente de ese tópico, pero eso no hace más que redoblar nuestra alerta: el acto de la lectura está en el centro de las muchas metáforas que se acumulan en estas mil páginas. Por eso mismo, cuesta creer que pueda acabar de leerse La Historia.
¿Cómo está construida La Historia? Primero, tenemos una obra de un sacerdote español del XVI traducida al francés por un noble ilustrado del XVIII, en la que se explican "ciertos caracteres básicos de la Ciudad y las Tierras": para entender de qué se trata, convengamos en sintetizarla como la crónica de un linaje de Padres e Hijos todopoderosos en una cultura y sociedad mitológica. Además, convengamos cautelarmente en señalar como conflicto central de ese texto el hecho de que cada Padre decide cómo debe regirse, vivirse y contabilizarse el tiempo durante su reinado. Luego, tenemos las notas del historiador argentino que localizó el documento: acrobáticamente extensas, en ellas hay un esfuerzo por sistematizar o enumerar cada factor concurrente en la historia de la Ciudad y las Tierras, lo mismo los métodos masturbatorios que los principios rectores de las ejecuciones públicas. Caben algunas apreciaciones ridículas ante la magnitud entusiasta de La Historia, y las haré: por supuesto que en esas páginas hay excesos, momentos tediosos, hasta monstruosidades de una imaginación despeñada por el terreno de la fantasía. Todo ello es parte del plan concebido por Caparrós. Nada de todo ello invalida la condición magistral del libro, basada en ser inagotablemente enciclopédico.
Los lectores españoles de Caparrós veníamos de leer su excelente Echeverría, una novela que ya hablaba de la historia, de su construcción y escritura, de la necesidad de dotar de relato fundacional a un país, de los peligros y falacias de ese tipo de relato y de la idea misma de país, del modo en que la cultura o la literatura se relacionan con lo colectivo. No sé si nada de eso nos preparaba para La Historia, sin duda una de las mayores materializaciones de todas estas cuestiones en lengua castellana (en una lengua castellana) en las últimas décadas, y eso que (o tal vez "debido a que") las enfoca lateralmente. Por otra parte, creo que era Camille Paglie quien empezaba sus clases de humanidades recomendando a los alumnos estudiar Cronología; quisiera insistir en que el tiempo es, en sentido múltiple, asunto central en este volumen: cronologías paródicas, pero también tiempo dictado por el Poder, e incluso tiempo exigido por este libro a su lector. Un tiempo que no se agota en una primera lectura de La Historia, pues eso es apenas haber empezado a leerlo.