Karl Ove Knausgard
Sería absurdo interpretar la saga de Karl Ove Knausgard (Oslo, 1968) como un simple ejercicio autobiográfico. Tiene que llover, quinta entrega del ciclo titulado Mi lucha, puede confundirse con una minuciosa recreación de una juventud marcada por la vocación literaria, los amores frustrados, las conductas antisociales y los conflictos familiares. No hay que menospreciar la dimensión narrativa, pero conviene destacar que los hechos sólo son el trasfondo de algo más esencial. Para Knausgard, lo fundamental no es la vida, sino la palabra, la literatura. Su objetivo es recrear el proceso de maduración de una perspectiva, de una voz, de un estilo. No hay nada extraordinario en su peripecia vital, pero los hechos adquieren una resonancia universal cuando se someten a la disciplina de la creación literaria, donde cada página rinde cuentas ante la posteridad para no caer en el olvido.Admitido en la Academia de Escritura de Bergen, Knausgard lucha desde el principio por alumbrar textos de ficción y, ocasionalmente, poesías, pero fracasa una y otra vez. Sólo tiene diecinueve años. Es comprensible que no logre desprenderse de clichés, estereotipos y lugares comunes. Sin embargo, le atormenta la idea de carecer de talento, de alimentar falsas esperanzas sobre su capacidad de construir una obra literaria.
No se considera un pensador, pero con templanza estoica opina que el mundo "es lo único que tenemos" y amarlo, pese a sus insuficiencias, constituye un gesto de sabiduría. Escribir es una forma de manifestar ese amor, lo cual no excluye el humor. Por eso, escribe un largo poema de tres páginas donde se repite obsesivamente una sola palabra: "COÑO". En mayúsculas, pues desafía a cualquier planteamiento crítico que señale tópicos o reiteraciones, exigiendo modificar el texto. No tarda en comprender que se limita a reiterar las provocaciones de las vanguardias históricas. Abatido, se adentra en "Fuga de la muerte", el famoso poema de Paul Celan, que produce en el lector una mezcla de asombro, piedad y terror, de acuerdo con el canon poético aristotélico. Sus profesores de la Academia le sugieren que se dedique a la crítica literaria, no a la ficción. Knausgard recibe el consejo con desolación: "¿significaba [eso] que mi futuro sería más bien la literatura sobre la literatura y no la literatura en sí?".
No está dispuesto a recorrer ese camino. Durante un tiempo deja de escribir y de acudir a clase, abusando del alcohol. Sus borracheras le hacen perder el control. Se dedica a destrozar el mobiliario urbano, comete pequeños hurtos y le arroja un vaso a la cara a su hermano Yngve, que no pierde un ojo de milagro. Sin embargo, poco a poco recupera la cordura y retoma su vocación. Aunque duda de sus dotes como escritor, se interna de nuevo en el terreno de la creación, escribiendo una novela. Los editores rechazan sus originales, con palabras de cortesía que le hacen tanto daño como un puñetazo en las narices. Vuelve a beber, se echa una novia, trabaja en una clínica psiquiátrica, sin experimentar empatía hacia los enfermos, quizás porque le revelan su propia vulnerabilidad.
Más adelante, se casa, sospechando que se encamina hacia un fiasco. Es infiel a sus parejas, se comporta de forma egoísta ante el dolor ajeno, vive obsesionado por la problemática relación con su padre, que le trató con suma dureza durante su infancia. Se pregunta si es ético escribir sobre los otros, escudriñar su intimidad. Durante su estancia como invitado en una casa ajena, se percibe a sí mismo como un intruso e intuye que el oficio de escritor casi siempre implica la invasión de lo privado e íntimo. Al mismo tiempo, escribir significa exponerse, sacar a la luz los sentimientos que circulan por nuestra cabeza, a veces vergonzoso e indignos. Tal vez el escritor sólo es un profanador de secretos.
Tiene que llover es la historia de una vocación literaria que no despega, de una desesperanza que no cede, de una soledad que crece con cada fracaso. La soledad es un refugio perfecto, el espacio donde el yo permanece en calma, felizmente separado del mundo, pero cuando se prolonga excesivamente se convierte en una ratonera. Knausgard siente que ha caído en la trampa tejida por una ilusión. La realidad se muestra implacable con su ambición literaria. No puede sospechar que esas vivencias constituirán la antesala de una obra de extraordinario vigor y originalidad, donde la escritura se convertirá en el personaje principal. Su yo se limitará a acompañarla en su devenir hacia una inesperada plenitud.
@Rafael_Narbona