Círculo de Tiza. Madrid, 2017. 287 páginas, 23 €

Muchos lectores no conocerán a Javier Aznar (Madrid, 1985), pero a poco que transiten las publicaciones digitales les sonorá al menos "El Guardián", seudónimo con el que este autor escribía aquel divertido "Manual del buen vividor" de la revista Elle, y con el que viene firmando artículos en revistas como Jot Down, GQ o Vanity Fair.



¿Dónde vamos a bailar esta noche? es su primer libro, una colección de recuerdos convertidos en crónicas. El tono ligero, desenfadado, lo acerca a su escritura digital. Aznar apela a menudo a lo generacional: a la música, las novelas, las películas y hasta las alineaciones de fútbol que formaban parte del ambiente en que creció la generación nacida en los ochenta, y que puede reconocerse también en ese desarraigo, esa deslocalización que primero de todo fue cultural.



A falta de una palabra mejor, diremos que lo que tiene Javier Aznar es gracia. Y un talento natural para localizar el flanco emocionante de una historia. Esto no lo dan, creo, ni las lecturas ni la experiencia; este es un bien (iba a decir un don) escaso y por eso merece celebrarse: hay escritores que se pasan toda la vida intentándolo. Como todo escritor autobiográfico, Aznar se cuida de salir favorecido en la foto, pero hay que entender que este libro no está escrito para molestar a nadie. El autor escribe bien como por descuido, sin darse importancia, al modo como escribía bien -y este ejemplo se lo calco a David Gistau, autor del prólogo, porque me parece exacto- un Truman Capote, "pero sin maldad".



El mayor peligro de un libro así es que los chispazos -esos "instantes fugaces" de los que prende la escritura- parezcan sobredimensionados. Que no trasciendan la anécdota o que el autor no logre transmitir lo que para él es evidente. Aquí ocurre, aunque en pocas ocasiones. Tampoco le van bien a Aznar los grandes temas: es en el registro puramente narrativo y en la evocación en donde se encuentra cómodo.



Estas crónicas, en fin, por su grato aire ligero, por su condición de estampas del día, aguantan bien -y hasta agradecen- la ocasional inconclusión, la estructura caótica, el ritmo sincopado. Y aunque se advierte una coherencia interna, no es tan marcada como para no poder saltársela alegremente y dejarse llevar.