Sakamura y los turistas sin karma
Pablo Tusset
28 julio, 2017 02:00Pablo Tusset. Foto: RTVE
Una novela de humorismo desquiciado, Lo mejor que le puede pasar a un cruasán, dio a conocer en 2001 a Pablo Tusset (Barcelona, 1965) y le proporcionó un súbito y enorme éxito. Fiel a su marca de fábrica, el registro burlesco, el escritor catalán le dio un mayor espesor al intrínseco relato de peripecias sorprendentes en su libro siguiente, En el nombre del cerdo, pero pronto volvió al puro hilván de ocurrencias y jocosos disparates en Sakamura, Corrales y los muertos rientes, y en ello sigue, salvado el paréntesis de un también cómico relato de fanta ficción, Oxford 7. El octogenario policía y maestro zen reaparece en Sakamura y los turistas sin karma. Ahora la acción se sitúa en una Barna City posmoderna con un Tobogán Inconcluso de la Sagrada Familia, una estación Okupas de Sants y un renovado callejero rockero (el paseo Elvis King, la rambla Bruce Springsteen, el pasaje Ziggy Stardust).En la novísima capital de Extrema Europa, recién proclamada ciudad-estado, "como Singapur", se producen inquietantes sucesos: unos turistas japoneses propinan collejas a unos niños, y lanzan insultos y salivazos a una anciana. Dos androides nipones, Teseo y Pilatos, andan sembrando la confusión y se les asocia con un crimen raro. Del peregrino caso se encargará Sakamura con la ayuda de Lilith & Telefunken, una joven y bella hacker 24 horas, ayer víctima de licantroginia clínica y hoy asociada con un misterioso gato policía.
Esta trama se desfleca por numerosos episodios laterales en los que Tusset exhibe una libérrima inventiva. Ninguna cortapisa pone a la narración de anécdotas que tienen su finalidad en el juego intrínseco de la imaginación desatada. La novela se convierte, así, en un muestrario de ingenio, en deliberado cajón de sastre de situaciones disparatadas (un cirujano se olvida el instrumental quirúrgico y trepana un cráneo con un sacacorchos), exageradas, ocurrentes y divertidas. Detrás de ellas se atisba una mirada irónica acerca de la realidad, un costumbrismo crítico, pero levemente incisivo, sin propósito de convertirse en alegato contra actitudes y hábitos contemporáneos. A este gusto por distorsionar jocosamente el mundo acompaña un inevitable jugueteo verbal (Hospital Cínico, Mola et Labora, Club Cannábico Gaudí, Asociación Jodemos) que luce con especial fortuna en el simpático idiolecto occidentalizado del maestro zen.
La peculiaridad más notable de Sakamura y los turistas sin karma estriba en su condición de artefacto metaliterario, un relato narrado por el propio Tusset en simbiosis con su doble Moriarty, de igual nombre que el implacable antagonista de Sherlock Holmes para rematar su fundacional serie. También Sakamura considera al "infame Pablo Tusset" su "archienemigo" y le guarda un odio carnal. Este juego para iniciados en el género criminal sitúa definitivamente la novela, además de añadirle un singular atractivo, en el terreno de una obra bufa que se acaba en sí misma, en el entretenimiento proporcionado por una historia loca sin más trascendencia que la propia de una patraña de antisolemnidad goliardesca.