Roberto Bolaño. Foto: Archivo
Comienza a leer aquí Sepulcros de vaqueros, un nuevo Bolaño inédito
Pese a su condición inacabada, en cierto modo residual, los textos reunidos en Sepulcros de vaqueros poseen -como tantos de Bolaño- una extraordinaria potencia, un encanto irresistible. Son casi todos material de primera. Pertenecen a la etapa de madurez del autor, que ha recibido el aviso de su enfermedad; que ha encontrado al fin, y no cesa de modular, el tono y el ritmo de su prosa, y que a estas alturas, entrada la década de los noventa, tiene mentalmente trazada la estructura de toda su narrativa, que irá armando en adelante con impresionantes deliberación y tenacidad, con la urgencia que le imponían las dudas de llevar a término sus planes y que se traduce en una velocidad extraña, se diría que adaptada a la elasticidad del tiempo en los sueños y en la memoria, también en una increíble libertad.
En "Patria" y "Sepulcros de vaqueros", las dos primeras piezas del volumen, se reconocen pálpitos y descartes de La literatura nazi en América, de Estrella distante, de Llamadas telefónicas, de Los detectives salvajes. Las constituyen materiales esbozados en el camino que conduce a esos libros, cuyas estrategias tantean, ensayan, a menudo admirablemente. No son propiamente borradores, sino más bien -como ya ocurría en Los sinsabores del verdadero policía- vías muertas o abandonadas, aparcamientos, textos aplazados o dormidos. Bolaño aprovechará luego parte de estos materiales, unas veces segregándolos sin más (como ocurre con "El Gusano", capítulo de "Sepulcros de vaqueros" integrado como relato suelto en Llamadas telefónicas), otras reconfigurándolos enteramente. Nos hallamos ante una escritura en marcha, volcánica, aún sin fijar, sin "encadenar", en la que cabe reconocer sombras, destellos, inquietudes, motivos y obsesiones temáticas que cuajarán más tarde. Así ocurre, en "Patria", por ejemplo, con el siniestro episodio en que se alude al tráfico de órganos en Latinoamérica y a "los niños mendigos, los niños vagabundos" que constituyen su "materia prima": una prefiguración de las niñas y adolescentes que pueblan, en 2666, "La parte de los crímenes". Como lo es también de tantos personajes de Bolaño ese enigmático poeta, Juan Cherniavkovski, que "abraza el Terror" con el argumento de que "si el Paraíso, para ser Paraíso, propicia un vasto Infierno, el deber del poeta es convertir el Paraíso en Infierno".
Distinto es el caso de "Comedia del horror de Francia", la tercera y más tardía de las piezas reunidas. Un texto impresionante, de la etapa final de Bolaño, contemporáneo de 2666, de varias de las piezas que integran El gaucho insufrible. Un relato inacabado que, como "El policía de las ratas", invoca remotamente el recuerdo de Kafka, transido como parece de intenciones alegóricas, de oscuros presentimientos, de cifras visionarias.
Dado que se trata aquí de materiales publicados póstumamente, que el autor no dio por concluidos y descartó dar a la luz, el dictamen crítico ha de permanecer hasta cierto punto suspendido. Sólo a la luz de la obra "canónica" de Bolaño, la que él mismo sometió voluntariamente a juicio del lector, tiene sentido valorar relativamente unas piezas que, por lo demás, poseen por sí solas alicientes más que sobrados como para que un lector "virgen" de bolañismo se asombre y disfrute con lo que tiene entre manos. Será, sin embargo, el lector ya avezado en Bolaño el que más apreciará, sin duda, un libro lleno como ningún otro -por lo que respecta, en particular, a las dos primeras piezas- de claves autobiográficas, y que por otra parte resulta ser, sorprendentemente, el más "chileno" del autor (con la sombra de Nicanor Parra planeando recurrentemente), el más afincado en sus recuerdos de adolescencia y primera juventud, los años previos a los que nutren la primera parte de Los detectives salvajes.Son casi todos los textos material de primera, de la etapa de madurez de Bolaño, que ha recibido el aviso de su enfermedad
Capítulo aparte reclama el modo en que los textos se presentan, de nuevo con ademanes equívocos, sembrando falsas ambigüedades a la vez que se hace una gratuita y algo ridícula ostentación de rigor. Puesto que el "Archivo Bolaño" se custodia en una casa particular y no es de público acceso, resulta casi delirante la minuciosa remisión a los "archivadores 4/17, 30/171, 35/5, 9/33, 2/12, 31/209". A los efectos, lo mismo valdría remitir al cajón derecho del mueble que está debajo del televisor. Pero lo más objetable es la omisión de todo indicio relativo a la mayor o menor autonomía y acabamiento de los materiales servidos, y a sus vínculos implícitos con otras obras del autor.
Se acude una vez más a un crítico de postín para que cumpla funciones de cancerbero escribiendo un prólogo abstraído de consideraciones técnicas. En esta ocasión repite Juan Antonio Masoliver Ródenas (que ya prologó, muy cuestionablemente, Los sinsabores del verdadero policía), quien se embrolla penosamente hilvanando vaguedades y obviedades a partes iguales sobre lo que se le antoja "un libro desconcertante dentro del desconcertante universo bolañiano". Uno se pregunta qué o quién lo conmina a decir, en un momento dado, que "no tiene sentido tratar de distinguir si estamos ante tres partes independientes o ante la unidad propia de la novela". ¿De verdad piensa que no tiene sentido? ¿Le parece acaso que da lo mismo?
No alcanzo a entender por qué los administradores del legado de Bolaño (herederos y agentes) se empeñan en confundir las pistas que permitirían encuadrar debidamente la lectura y la comprensión de unos textos casi siempre formidables, que en nada menoscaba su condición inconclusa o fragmentaria.
Por si es de interés, aclararé por mi parte que las tres piezas reunidas en Sepulcros de vaqueros no tienen ninguna relación entre sí; que fueron escritas en diferentes momentos de la trayectoria de Bolaño, con propósitos diferentes; que están inequívocamente inacabadas: en el caso de "Patria", como se aprecia por evidencias internas; en el de "Sepulcros de vaqueros" y "Comedia del horror de Francia" porque, aparte de evidencias internas, me consta que en los archivos digitales de Bolaño, que en su día consulté e inventarié, había indicios claros de que tenían continuidad.
Dicho esto, importa subrayar que la extraordinaria calidad y la potencia de los textos que integran Sepulcros de vaqueros justifican sobradamente su publicación. Y que constituyen una lectura estupenda.