Ken Follet. Foto: Story House
En último extremo la historia es narración; y como tal narración sujeta a la interpretación de quien recoge y plasma negro sobre blanco unos hechos. Cierto es que los villanos en un momento determinado pueden ser los héroes en otro posterior, y viceversa. Y no es menos cierto que esa subjetividad inherente a la historia como ciencia social resulta palpable en las distintas perspectivas -ya sean políticas, sociológicas, económicas… y también literarias, en lo que ha venido en denominarse como "novela histórica"- desde las que se ha estudiado un mismo acontecimiento.Indudablemente la firma más popular de este género narrativo es Ken Follet, quien acaba de publicar Una columna de fuego, continuación de Los pilares de la tierra y Un mundo sin fin. Se completa así lo que se ha venido en denominar la "Trilogía Pilares", derivado del éxito mundial de aquella primera entrega de 1989. Aunque resultaría más acertado el de "Trilogía Kingsbridge", pues es únicamente el ficticio pueblo que encontramos en las tres, el nexo de unión entre ellas.
Una columna de fuego plantea interesantes variaciones respecto a los dos títulos anteriores. Ahora ya no nos situamos en la oscura Edad Media de los siglos XII -Pilares- y XIV -Mundo-, sino en la Inglaterra renacentista de la segunda mitad del XVI, en pleno reinado de Isabel I, hija de Ana Bolena (aunque la acción se inicia en los últimos días del reinado de María Tudor en 1558). Las construcciones de catedrales, en Pilares, o de puentes y hospitales, en Mundo, ya no son el marco escénico de la narración; y sus referencias en esta se antojan sutiles guiños a las anteriores: "la catedral sí se conservaba en buen estado, y se erguía imponente ante él, tan alta y robusta como siempre, el símbolo de piedra de vitalidad de la ciudad." (p. 25)
El argumento ficticio de la obra tiene que ver con el amor entre Ned Willard, un joven protestante cuya familia cayó en desgracia cuando la católica reina María heredó el trono, y Margery Fitzgerald, de 15 años y perteneciente a una acaudala familia católica que hizo su fortuna durante el reinado de esa misma reina. Pero una vez más al hilo conductor se le añaden mil y una tramas y subtramas, que son las que conforman esta magna obra. Así, por ejemplo, Ned entra a formar parte del recién creado servicio secreto de la reina Isabel I, temerosa de una posible invasión de las potencias extranjeras; en tanto que Rollo, hermano de Margaret, es uno de los conspiradores que intentan acabar con la vida de la reina -en un complot similar al que terminó con la vida de Carrero Blanco- para reinstaurar el catolicismo erradicando el protestantismo de Gran Bretaña.
Esta es, resumida, la trama ficticia. Pero para un buen número de la legión de seguidores de Follet es la ambientación histórica, excelentemente documentada como en las dos entregas anteriores, lo que resulta más relevante. No en vano la historia, como disciplina académica, siempre resulta atractiva, especialmente cuando se cuenta fabulada y está bien aderezada con un detallado entramado histórico, una excelente redacción, y una intrigante trama de corte detectivesco que nos mantiene en suspense durante centenares de páginas. En el medio siglo que abarcan los acontecimientos el lector se verá transportado a Francia, España, Países Bajos, el Caribe… en una vertiginosa sucesión de situaciones que nos convierte en felices rehenes de lo narrado. Como no podía ser de otra forma, Follet también "interpreta" los acontecimientos históricos: en su recreación literaria nuestro monarca Felipe II no sale muy bien parado y Drake, lejos de ser el villano pirata que es para nosotros los españoles, se describe como un héroe.
Más allá de estos aspectos formales lo que interesa, la "sustancia" de la novela, tiene que ver con la importancia que la religión, las guerras religiosas, tienen tanto en el devenir histórico-social como en el personal. La rivalidad religiosa entre los Willards y los Fitzgeralds, emulando aquella de los shakespearianos Montescos y Capuletos, es un obstáculo insalvable para el amor que, como Tristán e Isolda, se profesan Ned y Margery. En el fondo lo que se está debatiendo es la intolerancia religiosa y sus consecuencias. Los enfrentamientos entre los herederos de las dos familias, como si cada una de ellas representara una entidad superior, reflejan el cisma existente en Inglaterra en un apasionante momento histórico.