Carlos Zanón. Foto: Lupe de la Vallina

Salamandra. Barcelona, 2017. 364 pp. 19'90E. Ebook: 12'99E

En su hipnótica Noche en la Tierra, Jim Jarmusch exploró, desde cinco puntos de vista -los correspondientes a cinco carreras en cinco ciudades distintas- la figura del taxista en tanto que suerte de demiurgo callejero, capaz de tomar el pulso de la ciudad -y del momento- a partir del cliente que diese con sus huesos en el asiento trasero, y elevó a categoría de motor narrativo su condición de observador del mundo y sus circunstancias. Un puñado de años después, y siguiendo, a ratos, el mántrico estilo narrativo de un David Peace alicaído, más condenadamente triste que rabioso, Carlos Zanón (Barcelona, 1966) se interna en una Barcelona de semáforos en ámbar, en la que la violencia es siempre sutil, subterránea, a través de la voz de un taxista triste, solitario, un tipo que una vez se llamó Jose -cuando aún quería ser escritor, cuando aún escribía, cuando la vida aún no le había aplastado- pero al que todos llaman Sandino.



Sandino encocha a clientes, uno tras otro, y algunos le cuentan historias que él encaja como el boxeador encaja los golpes mientras en su cabeza, Lola, su mujer, a la que está haciendo daño, la única persona que le mantiene dentro del mundo, se aleja. Le espera en casa, pero él nunca llega, porque no quiere hacerlo, porque no quiere que exista, pero a la vez teme que no lo haga, así que va de un lado a otro, se detiene a ver pasar aviones en la playa, y desayuna pasta y café en el Olimpo, donde los otros buscan a Sofía, su única amiga, también taxista, que el otro día se las vio, como Roberto Benigni en la película de Jarmusch, con un cliente muerto, y a lo mejor metió la pata. Y luego está Ahmed, el amigo marroquí, que quiere que lleve a su hermano a París, porque se teme lo peor de su actitud esquiva. Y está la lucha de clases, el deseo por aquello que nunca podrás tener -Llámame Nat- y por las que no querría necesitar -Hope, Cristina, Marta-, está leer en los semáforos Una soledad demasiado ruidosa, de Bohumil Hrabal, y tirarlo al asiento del copiloto cuando se ponen en verde, están las cenizas de la abuela Lucía, está la muerte y está Kirk Douglas, porque todo el mundo se muere menos él.



He aquí la novela más dolorosa de Zanón, tan arrebatadoramente poética que, por momentos, es puro (y necesario) ensimismamiento existencial - o de la enumeración como arma de destrucción masivo-sentimental-; la más personal, la mejor, porque en ella da definitiva rienda suelta a su ardiente pasión por el ser (demasiado) humano. Y lo hace a través de la historia de un animal herido que no es ni el laberinto ni el minotauro, que es la "dichosa madeja", por el que todo pasa, en el que nada queda, y cuya moraleja sólo puede ser: estamos solos, y perdidos.



@laura_fernandez