Evelio Rosero

Tusquets. Barcelona, 2017. 272 páginas. 18€. Ebook: 9'99€

Hace ya un cuarto de siglo reflexionaba Evelio Rosero (Bogotá, 1958) en un interesante ensayo, "La creación literaria", sobre por qué y cómo escribe, acerca de los tres elementos con los que, según Faulkner, puede trabajar un escritor: la experiencia, la observación y la imaginación. Explicaba que él no ha tenido grandes experiencias y que tampoco se considera buen observador. Y concluía: "Vivo en el aire. Soy, de manera nata, un imaginador". La condición básica de "imaginador", añado por mi cuenta, va indisolublemente unida al requisito de contar peripecias, pues es el modo como un narrador materializa las ideaciones de la imaginación. Ambos elementos conviven en sus novelas. Lo mismo ocurre con Toño Ciruelo.



El narrador, Eri Salgado, hilvana episodios de la vida de un tipo singular, su antiguo amigo cuyo nombre figura al frente del libro. La obra arranca con un pasaje de gran fuerza novelesca, la brusca irrupción de Ciruelo en la vida de Salgado tras muchos años de silencio. El pasaje, literariamente llamativo y vigoroso, desencadena el rescate de una relación continuada pero guadianesca que se remonta a la época escolar. Rosero se aplica a recrear situaciones variopintas y curiosas del pasado de Ciruelo, en las que con frecuencia le complicó la vida al narrador. Encontramos, así, un rosario de anécdotas cuyo engarce es el leve hilo, en ocasiones un pretexto, de una peculiar relación, evocada o reconstruida desde el presente.



Toño Ciruelo resulta, de este modo, un relato episódico que tiene las virtudes de esta clase de obras nutridas de aventuras atractivas pero que también suscita la suspicacia de no hallarnos ante una obra narrativa de sólida argamasa sino con un diestro ensamblaje de piezas sueltas, de cuentos. La novela tiene un discreto ámbito testimonial y local, muy comedido, como suele ocurrir en el autor, a la vez que una carga crítica expresada con vehemencia y con léxico agresivo contra una de sus bestias negras, la religión, en la que no queda muy por detrás de su paisano Fernando Vallejo. También hay una exploración un tanto bolañesca del mundo literario. Son, en todo caso, dimensiones complementarias de una fábula que se aplica a mostrar una negativa disección de la naturaleza humana a través del comportamiento arbitrario y enajenado del protagonista.



Toño Ciruelo tiene el interés y la solvencia de una escritura aplicada con creatividad y pericia a viviseccionar una mente trastornada. La novela ahonda en una realidad íntima temible y su historia amena y grave nos permite penetrar en el "oscuro pasajero", dicho con la plástica metáfora de la popular serie televisiva Dexter, que anida en ciertas almas enfermas. Este nuevo título de Rosero, aunque no alcanza la altura de los suyos más logrados y reconocidos (Los almuerzos o La carroza de Bolívar), mantiene el estatus del colombiano como uno de los nombres importantes de las letras hispanoamericanas actuales.