María Moreno. Foto: Nora Lezano

Random House. Barcelona, 2017. 416 páginas. 19'90€

En su recepción española, a este Black out de María Moreno (Buenos Aires) le puede jugar una mala pasada el efecto del provincianismo. Del provincianismo español, por supuesto.



Memoria de tres pistas que combina retratos, microensayos y eso que la autora llama "territorios", es decir anclajes en el espacio argentino que ella misma ha pisado y convertido en crónica a lo largo de las décadas, tras su aparición el pasado 2016 el libro fue acogido en Argentina como uno de los imprescindibles del año. Lo era, para empezar en clave de desciframiento de circunstancias históricas de la literatura del país: Moreno es una figura destacada de las vanguardias narrativas de Buenos Aires, de su bohemia, y de su periodismo cultural. Por lo tanto, el paisaje aquí dibujado por sus recuerdos incorpora todo tipo de referencias concretas, que toleran y hasta reclaman, parcialmente, una lectura en clave de connaisseur.



Sin embargo, la capacidad de irradiación de Black Out no se agota en esa superficie, para empezar porque fía buena parte de su carácter a un estilo portentoso, que se ingiere como un ingenio urgente y, en cambio, se sospecha más bien de ingenio lento, destilado.



Por ejemplo: escribir que "la ginebra es estructural" en la literatura argentina es un rasgo que emerge ante el lector como lo primero, hasta que la demostración meticulosa de Moreno lo confirma como lo segundo. "El desenfreno es una negociación" parece un aforismo de estructura mínima hasta que, modelado por referencias cultas, se revela cápsula narrativa.



Así, el deslizamiento de la crónica al ensayo, o del retrato a la narración, no sólo se produce entre capítulos bien delimitados como tales, sino también en el fraseo que vertebra el texto. Por lo demás, el proceso de construcción, destrucción y reconstrucción constante de un individuo es estricta literatura universal, y los mecanismos de la industria literaria (esos diez tipos que dicen constituir un mercado, como se lee en estas páginas) resulta desoladoramente comprensible para cualquier territorio de habla hispana.



Siendo este un texto dedicado a Ricardo Piglia (también, es cierto, a Beba Eguía), no deja de resultar atractivo que funcione como continuidad del mapa levantado por el maestro fallecido en sus Diarios de Emilio Renzi. Se repiten nombres (el de Miguel Briante, por descontado, o el de Lamborghini), debates, encarnaciones de la lucha política. La relación de Moreno con el crítico Norberto Soares, y la de este con el poder de la tribuna (algo que haremos bien en no añorar quienes hoy escribimos acerca de libros), con la postergación de la propia obra o, finalmente, con la muerte, deja páginas de una dureza indagadora, respetuosa.



La familia, ese Leviatán, también provoca páginas terribles, como aquella en la que Moreno se lanza de noche al río porque, al nadar, "no se puede llorar en una sustancia que se funde en las propias lágrimas". Y sobre todo, son el cuerpo y la embriaguez del alcohol, traducida en olores y alteraciones del deseo, quienes ejercen como eje vertebral de la memoria, convertida en confesión de alcohólica sin sentimentalismo. Sí, Moreno se anima a decir, con razón, que la higiene personal es tan política como cualquier otra cosa, pura marca de clase. En la misma línea, también el dandismo del licor fuerte en barra de bar mortecina aspira a ser un contrarrelato frente al del poder; otra cosa es que después amanezca y sólo quede olor a queso pasado, o una presencia incomprensible al otro lado de la cama.



Literariamente, la escritura de Moreno no admite debate formal: he aquí un estilo cerebralmente caníbal. Pero ella misma lanza una pregunta importante: "Si escribo lo que escribo, ¿me desnudo?". Su amago de respuesta es mirar al lector (por lo tanto, mirarse a ella misma como lectora de Bolaño, Lamborghini o Levrero), preguntándole a quién aspira a desnudar cuando lee, y cómo quiere hacerlo. "Para conocer a un animal hay que arrancarle la piel", canta el asturiano Pablo und Destruktion; pero tal vez, cuando el animal se presenta serenamente desollado, la operación vaya a ser más complicada: he aquí Black Out.



El cuerpo, pues, y aquello que lo invaden: palabra, bebida, otros cuerpos. El cuerpo y los escenarios por los que se pasea. Un cuerpo encarnado en un tiempo histórico, en un lugar. Un cuerpo de mujer, claro, consciente de estar batallando en un territorio incógnito: "Más que ganar la universidad, las mujeres debían ganar las tabernas".



Lo que convierte a Black out en un libro excelente no es sólo su carácter, desde ya, referencial para entender la literatura argentina de la segunda mitad del siglo XX (y además, en este sentido, sorprende descubrir que su anecdotario es mucho menos importante que la relectura que Moreno hace de los textos; lo primero es extensión de lo segundo, no al revés), sino su inteligencia profundamente física, inquisitiva (abundan los interrogantes en estas páginas), a veces paradójica: black out significa apagón de la conciencia, black out es una reordenación de los signos para que se reconfiguren. Es decir, dos procesos de los que el lector debería salir como la autora: sin miedo. Grandísimo libro.