La dulzura
Daniel Múgica
19 enero, 2018 01:00Daniel Múgica. Foto: Débora Múgica
Los últimos tiempos ha abundado en nuestra narrativa el testimonio crítico de las consecuencias brutales de la crisis económica, social y financiera. Aún no ha acabado, pero noto un cambio de tendencia que vuelve a interesarse por aspectos intimistas. Por dar unos pocos datos: ya dice el título en qué se vuelca Javier Castillo en El día que se perdió el amor; Victoria Bernardo aborda los sentimientos primarios en Insomnio; semejantes veredas debe de transitar, sospecho, Alejandro Palomas con la ganadora del Nadal, Un amor. Como sea, un acentuadísimo intimismo ejercita Daniel Múgica (Madrid, 1967) en La dulzura.No es que Múgica desatienda la realidad exterior, actual o pretérita. De hecho, el epicentro anecdótico de la novela se sitúa en el espantoso atentado del 11M y el libro se cierra con la lista completa de sus víctimas mortales. Una realidad externa bien amarga está presente, pues, en La dulzura, y se muestra con intención de denuncia, pero únicamente constituye el telón de fondo de tremendas historias personales. Gadea, una joven diagnosticada con una esquizofrenia paranoide que ha sufrido varios internamientos en bárbaros centros psiquiátricos, es el eje de la novela. La mañana de aquel luctuoso 11 de marzo sale de un sanatorio mental próximo a los escenarios de los atentados con el propósito de tomar el tren. Sus familiares emprenden una desesperante localización. Como no figura entre las víctimas, les cabe la esperanza de que utilizara el autobús o tomara un taxi. Meses y meses después continúa desaparecida, hasta que el final de la novela desvela el misterio, que no aclaro por tratarse de una subterránea línea de suspense narrativo.
La fatídica fecha da lugar a una investigación general del entorno familiar y sentimental de Gadea que se desprende, como un puzle, del relato en primera persona de varios de sus allegados: el novio Judá, los padres, las hermanas Estela y Malena, una sobrina, una pareja anterior y una compañera de sanatorio. El conjunto se divide en dos bloques psicológicos. A un lado gente con trastornos mentales y variadas enfermedades del alma: aparte de Gadea, la madre depresiva, el cuñado suicida, el padre de ferocidad atrabiliaria y profesionales de la sanidad encanallados. Al otro, gentes equilibradas, o con un fondo bondadoso aunque sufran y duden: la sobrina, las hermanas, un psiquiatra integro, el actual compañero o Judá, alrededor del cual gira la historia.
Múgica elabora un catálogo maniqueo de la naturaleza humana en el que se enfrentan con gran violencia el bien y el mal. Ambos mundos mentales se representan con una imaginería que apela a lo angelical y lo demoníaco. Sobre tantos desajustes se impone un mensaje positivo, el poder redentor del amor y de la cualidad que expresa el título, la dulzura. La credibilidad de esta tesis de idealismo espiritualista se resiente, sin embargo, por el problema que aqueja a la escritura de Múgica desde sus inicios: la inexactitud o rebuscamiento del lenguaje. El léxico incurre en frecuentes impropiedades porque la palabra no significa lo que el autor le atribuye. Un falso tono poemático se sostiene en comparaciones arbitrarias.
Al margen de estas limitaciones estilísticas, La dulzura ofrece una historia interesante, construida con notable pericia formal. También resulta entretenida, pese a los duros episodios que nos asoman a lo peor de nuestra especie.