Kiko Amat
Desde el piso en el que vivía un amigo de la adolescencia se podía ver todo el recorrido de una calle de mi ciudad que conecta el centro con el extrarradio; es una avenida que nace junto a la fachada de un instituto, que cientos de metros después bordea el recinto del hospital psiquiátrico, y que desemboca en la puerta del cementerio municipal. "Veo toda la vida de un hombre desde mi terraza", solía bromear el padre de mi amigo con un sentido del humor glacial.Lo he recordado porque la quinta novela de Kiko Amat (Sant Boi, 1971) reproduce el mismo recorrido: en Antes del huracán, el territorio privado de una familia se desborda y desparrama por el instituto al que asiste su protagonista en el año 82 y los centros psiquiátricos a los que se verá abocado desde 1993, cuando al fin le alcance el fantasma de la enfermedad mental que acecha a su genética. Como remate perfecto, también la novela desemboca en un cementerio en el que espera un fantasma. Por supuesto que hay otros escenarios, todos ellos muy periféricos y kikoamatianos: descampados, calles de barrio, bares. Pero creo que plantear esta síntesis es más o menos aceptable, y el paralelismo con un paisaje urbano de otra cartografía ajena me tienta a señalar que la estructura del relato contiene intuiciones universales y poderosas, arquetípicas. Ahora bien: luego, el libro es decepcionante.
Antes del huracán cuenta la historia del hijo de una pareja fracasada: son los años 80, llegan el felipismo y la modernidad, y para el cinturón obrero de Barcelona todo sigue igual, excepto que ahora los padres y madres se empeñan en autocalificarse de "clase media", sea eso lo que sea. Curro, nuestro protagonista, es un tipo extraño, freak. Con el tiempo será esquizofrénico y pasará sus días enclaustrado en manicomios donde se empeñará en imaginar conversaciones engoladas con un mayordomo llamado Plácido; de momento, en el 82, sólo es un chaval que tiene que soportar la mala leche acumulada en una familia de cuyas verdades todos sus miembros-víctimas querrían escapar. El desarrollo de este personaje se nos cuenta mediante la combinación de capítulos en el pasado y en el presente; una serie de interludios; y otros textos, como cartas o informes clínicos, que se intuyen innecesarios. El tono es a menudo cómico, otras veces tierno, hasta alcanzar lo melodramático en los momentos más intensos.
En los dos primeros registros, hay pasajes estupendos (todos aquellos que logran transmitir "la gramática de la miseria", un concepto muy afortunado de Amat que recuerda al ginzburgiano " familiar") en la misma medida que otros menos convincentes. Ejemplos de los segundos: hay una visita del Curro adolescente al psiquiatra tan tópica en su caricatura que se cae a pedazos; las conversaciones entre el protagonista y Plácido tienen un tono humorístico inequívocamente anglo hasta que mudan en mera rutina; casi todos los pequeños dispositivos metafóricos dispersos por el texto, como el acuario paterno o el pezón materno, resultan previsibles. Aunque cuidado, porque el buen oído del autor no ha desaparecido y puede activar sin avisar pequeñas minas de clase, como la que transforma "noche oscura del alma" en "mierda oscura en el alma".
Cuando llegan los momentos dramáticos, casi todo resulta forzado: es meritorio el equilibrio que se intenta mantener entre tonos diversos, pero las páginas "huracanadas" de Antes del huracán, aquellas en las que la miseria moral, mental, sentimental, económica de los personajes tiene que revelarse del modo más descarnado, los subrayados sí aparecen. Y se notan. Y escasean en credibilidad: cucarachas y grotesco para marcar el horror: una cierta pornografía de la debilidad humana que es verosímil, pero manipuladora. En ocasiones, la trama de la novela se vuelve más sentimental que reveladora, lo peor que podría ocurrirle dados sus objetivos. Al final, los pasajes buenos y hasta brillantes del libro se mueven, por ponerlo en etiquetas aproximadas, entre la espeleología generacional del desencanto pop (que Amat ha practicado mejor en otros sitios) y el costumbrismo. Ahora bien, ¿por qué "costumbrismo" debería ser un diagnóstico negativo? Sólo se me ocurre una razón, sin embargo fundamental: porque es inofensivo.
@Nadal_Suau