Alonso Cueto. Foto: CMS
Gracias a un tuit del escritor Patricio Pron, doy con un artículo firmado por Michael Niemann, The politics of crime fiction, en torno a la relación entre ideología política y narrativa criminal. Niemann, que habla desde la experiencia porque es autor de thrillers, sostiene que este tipo de novelas acaban siempre por enmarcarse en el conservadurismo, puesto que en ellas la resolución del caso conduce, bien a una falsa sensación de orden restablecido, bien al fatalismo de considerar que el mundo es irreparable. Aunque la crítica social las salpique y hasta protagonice, su estructura narrativa no acierta a aventurar horizonte alguno de mejora; sólo queda preguntarnos, remata el texto, si cabría concebir una novela criminal foucaultiana, esto es, que no se resolviera mediante la vigilancia y el castigo sino mediante la reconciliación.Aunque Niemann deja de lado aspectos esenciales (por ejemplo, la función de la forma en la posición política de una novela, que es por donde le rompieron las costuras al género autores como Coover, Pynchon o Piglia), no he podido evitar tenerlo presente al reseñar el nuevo libro de Alonso Cueto (Lima, 1954), La segunda amante del rey, que empieza con una infidelidad para derivar en un crimen, y que cabe considerar aproximadamente como una novela policíaca.
En la primera escena, un hombre de éxito, el Gustavo Rey del título, comunica a su esposa que ha conocido a otra mujer y quiere divorciarse. La abandonada es Lali, tremenda arribista, belleza madura forjada en el dinero. La otra es una joven ingenua y dubitativa. Involucrados por Lali, entrarán en escena una detective, Sonia Gómez, cuya brújula moral se contradice con la asepsia que exigen los clientes; y un prostituto argentino, Claudio Rossi. Todo acabará francamente mal, pero eso sí, como bien señala Niemann, el refugio que le quedará al lector es el del cinismo: oh mundo injusto, oh Perú jodido.
Por el camino, hay demasiados aspectos que hacen de La segunda amante del rey un libro más domesticado que doméstico, que avanza a base de desactivar cada posible lucidez. Empecemos señalando que el reparto de roles morales no logra, si es que realmente lo intenta, releer en profundidad los arquetipos de la víctima, la femme fatale o la perversión de la sexualidad no normativa. Sigamos por resaltar que el realismo social de estas páginas es tan genérico (y hasta costumbrista, en su insistente parodia del cotilleo como vertebración de la feminidad de clase alta, por lo menos limeña) que acaba por parecer una caricia a las buenas costumbres más que una indagación de los males que ocultan.
Pero sobre todo, y como insinué a propósito del invocado accidental Niemann, observemos La segunda amante del rey en tanto que estructura narrativa y estilística: cierto que su escritura y su trenzado son irreprochables, profesionales. Cierto también que estamos ante uno de esos libros que ganarían si fueran reprochables. Si no quisiera ser tan ameno, si el castellano limeño que recorre los abundantes diálogos fuera menos calculado, si la amargura de su final fuera menos (paradójicamente) consoladora.Y desde luego, mejoraría si a la víctima propiciatoria del libro no se le impusiera el triste y delegado destino de ser mera vocecita culposa de una conciencia masculina ni una encarnación simbólica en la pobre, parodiable metáfora de una mariposa. Aunque es igualmente cierto, en fin, que la novela se lee de un tirón.
@Nadal_Suau