Sergi Doria. Foto: Yolanda Cardo

Destino, 2018. 352 páginas. 18 €. Ebook: 8,54 €

El ensayista y periodista cultural Sergi Doria (Barcelona, 1960) se inició tardíamente en la narrativa. No llegó a ella hasta 2015 con una novela, No digas que me conoces, en la que puso su múltiple conocimiento histórico y literario de su ciudad natal al servicio de una historia amena acerca de un personaje de base real al que sometía al torcedor de la invención y con quien recorría medio siglo del pasado barcelonés. Idéntico planteamiento sigue en La verdad no termina nunca, aunque con una trama argumental del todo nueva.



Doria parte ahora de las investigaciones que lleva a cabo en los años 50 un joven huérfano, Alfredo, periodista ocasional y colaborador de la Gran Enciclopedia Popular de Montaner y Simón, sobre la identidad de su padre. La silenciosa y anciana madre le oculta el pasado del progenitor, presunto brigadista en la guerra civil, pero en verdad un canalla conocedor del arte moderno que aplicó las teorías del vanguardista Kandinski para que las torturas en las checas comunistas alcanzaran un nivel máximo de horror.



En el juego de la invención y lo noticioso y en su prosa rápida y cuidada está la gracia de la novela

El terrible descubrimiento de Alfredo se inscribe en una polifónica reconstrucción de época desde los años 30 del pasado siglo. Las averiguaciones le llevan a recuperar los manejos de la pareja de estafadores que dio nombre a la ruleta eléctrica llamada straperlo, a mostrar la corrupción del Partido Radical de Lerroux durante la II República y a señalar la complicidad de la prensa. Otra trama da pie a constatar la violencia en los años de la guerra y los comportamientos de grupos sociales enfrentados. El retrato panorámico barcelonés, con puntillistas descripciones de los barrios populares, cobija material histórico y personajes reales, como el escritor falangista Luys Santamarina, el boxeador Paulino Uzcudun, la cupletista Raquel Meller, la reportera-aviadora francesa "Titayna" o el perverso chequista Alphonse Teufel. El verismo informativo se conjuga, sin embargo, con dosis de jugosa invención y se inserta en un ambiente marcado por lo enigmático y el goticismo. Tampoco faltan elementos folletinescos y melodramáticos.



La narración de base documental se convierte en un relato de intriga, en una muñeca rusa de historias sorprendentes, alguna interpolada a modo de manuscrito encontrado, y, en suma, en una novela de aventuras. En el juego de la invención y lo noticioso está la gracia de La verdad no termina nunca. Su secreto se completa con una estructura de breves y dinámicos capítulos y en una prosa rápida y cuidada (achaquemos a los duendes un flagrante "conducimos"). La buscada eficacia comunicativa de la novela paga el precio de que su tema de fondo, la angustiosa búsqueda de la identidad, se diluya en gran medida. Sergi Doria renuncia a ahondar en una conciencia atormentada por las inconfesables raíces familiares. En lugar de seguir ese rumbo, se complace en recrear la dimensión novelesca de la vida juntando un ramillete de sugestivos tipos y de amenas peripecias.