Las rosas del sur
Julio Llamazares
14 septiembre, 2018 02:00Julio Llamazares. Foto: Cecilia Orueta
La literatura viajera es un curioso fenómeno trasversal de las letras españolas del pasado siglo. Al hilo de la escritura de andar y ver se reconstruyen las inquietudes ideológicas y estéticas encadenadas de la anterior centuria. Se han ido hilvanando la búsqueda noventayochista de una esencia nacional, el esteticismo o la instrumentalización del reportaje al servicio de la denuncia social. Desde la restauración democrática los libros de viaje han recuperado su plena autonomía y las excursiones de Rubén Caba, Juan Pedro Aparicio, Luis Mateo Díez o José María Merino, libres de toda clase de ganga, se centran en observar, sentir y contar. Julio Llamazares (Vegamián, León, 1955) es el más notable de los herederos de esta última tendencia.En realidad, la impronta del escenario es consustancial a la escritura de Llamazares, como se aprecia ya en sus iniciales obras de ficción, en las novelas Luna de lobos (1985) y La lluvia amarilla (1988). Buena parte de sus trabajos se atienen a los registros canónicos del relato viajero. Entre sus mejores obras están algunas de este género. Magníficos son el símbolo de una decadencia plasmado en un recorrido por las Hurdes portuguesas en Trás-os-Montes y el emotivo viaje a la memoria que lleva a cabo en El río del olvido siguiendo la cuenca del Curueño por la montaña leonesa. Perseverando en tales intereses, este mismo verano ha publicado por entregas en El País un recorrido por los escenarios de nuestra novela picaresca.
La afición de "trotamundos" ha llevado a Julio Llamazares a acometer una empresa de notable envergadura, la visita a las setenta y tres catedrales españolas. El empeño se ha dilatado durante dieciséis años largos durante los cuales ha recorrido más de veinte mil kilómetros. De este gozoso esfuerzo ya dio cuenta parcial en el año 2008 al recoger en Las rosas de piedra el examen de las catedrales del norte de España que ahora cierra en Las rosas del sur con la inspección de las situadas en la mitad meridional.A pesar de una estricta sujeción a la disciplina de andar y ver, este libro posee una fresca andadura narrativa
El viajero parte en la segunda entrega de Madrid (con inesperado paseo por el "quijotesco" templo de Mejorada del Campo ) y se dirige a las ciudades episcopales de Extremadura, La Mancha, Levante, el Valle del Guadalquivir, "La frontera de Granada" (incluye Jerez, Cádiz, Ceuta, Málaga, Granada, Guadix, y Almería) y a las sedes insulares de las que llama "catedrales del mar" (Baleares y Canarias).
Julio Llamazares se ciñe con disciplinado rigor al objetivo de describir el monumento correspondiente tras una jornada íntegra dedicada al lugar sagrado, en turno de mañana y tarde. En cada caso, amplía la visita con un recorrido por la ciudad que lo alberga. Se atiene a contar lo que observa, a referir el viaje, a describir el alojamiento o a informar de los apresurados almuerzos. En los templos, los apuntes artísticos e históricos no tienen intención de sustituir a un discurso de arte o de historia. En ellos se fija también en la materia humana, vigilantes, sacristanes o devotos. En las ciudades y pueblos subraya algunos datos peculiares y anota las formas de vida, sobre las que habla con los lugareños. En suma, deja constancia de lo que le ocurre a un viajero sin otra intención que disfrutar de su periplo.
Inevitablemente, una obra de esta clase añade una importante carga documental, pero ésta no tiene intención de crónica socioeconómica y, en todo caso, surge siempre de la experiencia directa y de lo percibido por un observador atento. Los datos se amenizan con algún incidente menor, con noticias privadas (la confesión de claustrofobia) o con el regalo de una anécdota divertida. Lo que importan son las impresiones del viajero. A pesar de una estricta sujeción a la disciplina de andar y ver, Las rosas del sur posee una fresca andadura narrativa. Sin perjuicio de que resulte una obra instructiva. Que no será en puridad un valor literario, pero tampoco algo que sobre.