Sara Mesa. Foto: Sonia Fraga

Anagrama. Barcelona, 2018. 137 páginas. 16,99 €. Ebook: 9,99 €

Si tuviéramos que calificar con un solo adjetivo Cara de pan, el más adecuado sería "inquietante" porque, sin duda, inquietud es la sensación que permanece después de haber leído esta breve novela. La narrativa de su autora, Sara Mesa (Madrid, 1976), cuenta con ciertas marcas que la identifican: una escritura desnuda exenta de artificiosidad; una base cuentística -sus obras largas tienen la intensidad de los textos cortos por su concentración y porque cada elemento supura sentido-; y la ya citada inquietud, entendida también como desasosiego, conmoción, sorpresa desazonante, miedo ante lo que la realidad esconde y puede llegar a significar.



Así lo atestiguan textos como Cuatro por cuatro (2012), finalista del Premio Herralde de Novela; Cicatriz (2015), Premio Ojo Crítico de Narrativa, o el volumen de relatos Mala letra (2016). Mesa sabe bien lo que escribe y en sus obras bucea con aparente sencillez en el sentido oculto de las cosas para que el lector reflexione sobre lo que normalmente pasa inadvertido aunque esté ahí, a veces escondido, a veces no tanto.



Cara de pan, su última entrega, es una novela corta que tiene su germen en el relato "A contrapelo" como la propia Mesa aclara en la "Nota de la autora" que cierra el libro. La minuciosidad con la que se cuentan ciertos detalles, la concentración de la historia y su tono general hacen pensar en el cuento desde el principio, pero la envergadura que lentamente alcanzan los personajes y el volumen global del texto la sitúan en este otro ámbito del espectro genérico, no demasiado transitado en nuestra literatura.



Mesa ha escrito un pequeño libro importante, una historia llena de metáforas que bordea el abismo de lo establecido

Cara de pan cuenta una historia aparentemente simple. Una niña de rasgos ya preadolescentes, atraviesa una crisis de identidad y un buen día decide no volver a clase. Sufre acoso en el instituto porque ni su aspecto ni su actitud coinciden con el estándar establecido: es gorda, unos granos impertinentes salpican sus brazos, es introvertida y no tiene novio. Todo su aspecto se resume en el humillante mote que le ha puesto Marga, la listilla del grupo, cara de pan, donde la cara funciona como "símbolo de todo un cuerpo, de toda una entidad". Durante las horas que debería estar en clase, la niña se refugia en un parque, dentro de un espacio recogido al que se accede atravesando un seto.



Un día se encuentra con un hombre con el que poco a poco entabla conversación hasta que se hacen amigos. Los dos son unos desclasados, están fuera de lo que se considera normativo; ella es una niña rara y él es un viejo de elegancia trasnochada que va siempre con la misma ropa, ya sucia, y con "la misma expresión de asombro y pudor", un hombre al que le cuesta articular las palabras y cuya actitud resulta chocante. Los dos crean un mundo que no sobrepasa el cercado tras el que se ocultan mientras se van conociendo y hablan de pájaros y de Nina Simone, las dos pasiones del viejo. En ese espacio propio y ajeno a todo lo demás, él decide llamarla Casi (de casi catorce, porque ella todavía no ha alcanzado esa edad) y ella a él Viejo, un término que en su relación carece de connotaciones negativas. Desde el principio, Casi nota que el viejo es un tipo raro, aunque no sabe calibrar el alcance de su singularidad, pero le parece que puede fiarse de él aunque sabe, porque lo tiene instalado en su imaginario, que la amistad entre un viejo y una niña no es normal.



Con Cara de pan, Sara Mesa ha escrito un pequeño libro importante que invita a pararse y reflexionar sobre la realidad que nos atrapa, una historia llena de metáforas que bordea el abismo de lo establecido y nos obliga a pensar sobre la lógica interna -aparentemente loca- de las cosas y sobre lo que socialmente se considera correcto. También sobre el acoso adolescente, la maduración personal y lo distinto que es el mundo cuando se mira sin el conocimiento y los prejuicios adultos, con los ojos del niño que fuimos y algunos todavía son.