Kentukis
Samanta Schweblin
19 octubre, 2018 02:00Samanta Schweblin. Foto: Isabel Wagermann
La sensación generalizada de estar viviendo un tiempo incierto con presagios de futuro inquietantes ha estimulado en fechas cercanas en los narradores occidentales, literarios y cinematográficos, la ideación de distopías, la variante quizás con mayor vigencia de la fanta-ficción. En este vago marco genérico se encuadra Kentukis, la nueva novela de la argentin Samanta Schweblin (Buenos Aires, 1978), porque aunque no sea en rigor su objetivo principal mostrar un futuro humano alienado sí tiene algo de ello al imaginar una sociedad al albur de una tecnología sofisticadísima, hoy fabulosa, aunque no imposible ni siquiera improbable.La ideación futurista del argumento coexiste con un modelo pretérito, el del "diablo cojuelo", el impertinente auscultador de la realidad cuyas andanzas sirven para hacer un amplio retrato colectivo satírico. Solo que ahora, en plena sociedad de la revolución cibernética, no puede tratarse de un enredador espíritu del averno sino de un artilugio de alambicada tecnología, un kentuki. La invención de Schweblin me ha llevado a pensar en los tamagotchis, aquellas mascotas virtuales que hace veinte años acapararon la atención de mucha gente, jóvenes y adultos, que volcó en esos aparatos pulsiones maternales y encontró en ellos un modo de satisfacer los deseos de compañía.
Para entendernos y explicarme solo de forma aproximada, los kentakis son como tamagotchis en versión tecnológica futurista. Incluso no descarto que la inspiración seminal de la autora proceda de aquellos famosos y universales juguetes cuya modesta forma de huevo ha transformado en figuras animales. Hay kentukis con forma de peluche, de conejito, de cuervo, de dragón, de topo o de lechuza.Samanta Schweblin ofrece un buen vistazo crítico de la vida actual dentro de una fábula muy amena
Los kentukis están en el mercado, cuestan un buen dinero y existe con ellos hasta un comercio ilegal que aprovecha un acaparador, en paralelo con la vida corriente. Son objeto de deseo de quien no puede costearse su compra y los adquieren quienes pueden y sienten necesidad de comunicarse con el prójimo y también se utilizan para saber a modo de espionaje intimidades de gente cercana. La novedad kentuki consiste en el establecimiento de una relación con alguien desconocido, un contacto único y no renovable al que se accede con una clave y que permanece vigente mientras la pilas del aparato tengan carga. Para dar complejidad al trato en la red, la autora establece una desigualdad electiva entre ambos polos de la comunicación: uno de ellos es "amo" y el otro nada más "es". Todo ello tiene lugar a escala mundial y los interlocutores se localizan en muchos lugares del planeta: la norteamericana South Bend, Oaxaca, Trinidad, Dubai, la italiana Umbertide, Honk Kong, la argentina Mendoza, Cuba, la sudafricana Cape Town, la neozelandesa Auckland y otros lugares más, entre ellos Honningsvåg, "lo más al norte de Europa", según se aclara con propósito de enfatizar el carácter universal del fenómeno y de la novela.
Kentukis contiene un puñado de historias que aparecen de forma alternante. Algunas podrían ser cuentos autónomos. Se trata de peripecias variadas. Destaca un asunto ya preocupante, la relación de las personas con la tecnología. Schweblin no cae en el facilismo de denunciar la dependencia de los ingenios cibernéticos y va más allá: muestra en vivo los infantilizantes efectos de la tecnología y el intenso estado de orfandad y alienación que pueden producir.
Otras anécdotas algo convencionales abarcan diversidad de asuntos: las relaciones familiares, las consecuencias de los conflictos de pareja, la soledad, las pulsiones eróticas, los celos y suspicacias, las ilusiones y derrotas, el dolor y el instinto de agresividad. Entre estas vivencias aparece el sentimiento de fracaso que lleva a la condena a muerte del kentuki correspondiente, desconectado de la electricidad o víctima de un rapto de violencia.
Resulta, pues, que toda la parafernalia cibernética no deja de ser la moderna cobertura inventiva de una amplia representación del mundo y de sus afanes: las aspiraciones humanas de felicidad, idealidad o compañía contrarrestadas por egoísmos, temores, intransigencias, voyerismos y otros quebrantos. Nihil novum sub sole, diríamos, aunque, eso sí, contado con ágil y eficaz andadura narrativa, con un estilo claro y cuidadoso. Además, la autora añade una calculada carga de emociones y sentimientos a una historia a trozos muy dura y a trozos tierna. Con todo ello, Schweblin ofrece un buen vistazo crítico de la vida actual dentro de una fábula muy amena.