Fernanda Trías

Tránsito. Madrid, 2018. 140 páginas, 15.90 €

Traductora de formación y vagamunda vocacional (ha vivido en París gracias a una beca de la Unesco, y en Berlín, Nueva York, Buenos Aires, Bogotá y Madrid tras ganar el I premio Residencia SEGUIB-Eñe- Casa de Velázquez), la uruguaya Fernanda Trías (1976) es una de las escritoras hispanoamericanas más inquietantes y sugestivas de nuestros días. Profesora de literatura y narradora, debutó como novelista con La azotea (2001), un perturbador relato que ahora recupera la recién nacida editorial Tránsito a modo de declaración de intenciones.



¿Historia de amor? ¿Incesto? ¿Obsesión? Todo eso y más, y ante todo mucha y buena literatura se refugia en La azotea, sin un principio claro pero sí "un largo final que nos fue devorando de a poco". En una casa venida muy a menos malviven Clara, su padre, su hija de cuatro años y un canario. Una amenaza exterior, sin nombre, los acecha, y Clara se aferra a los suyos en un aislamiento atroz que sólo rompe con algunas escapadas a la azotea del edificio, libre de la curiosidad malsana de los vecinos. En el piso, mientras, no entra ni la luz: de manera enfermiza, trapos y papeles mojados ciegan las ventanas, y el padre/examante permanece acostado entre sombras, inmóvil y deprimido tras la muerte de Luisa, su última compañera. El único contacto con el mundo exterior acaba siendo una vecina, Carmen, que les trae provisiones y medicinas a cambio de una propina y fue su comadrona cuando Flor, la hija/nieta, iba a nacer. Como dice Clara, la protagonista y narradora, no existen iglesias, casas, calles. No, "el mundo es esta casa". Y lo es de manera claustrofóbica, porque no hay salida.



Contaba Paul Auster en La invención de la soledad que cuando murió su padre, con el que no tenía demasiada relación, descubrió que vivía en una casa que parecía abandonada, como si nadie la hubiese habitado durante décadas. La casa de La azotea, en cambio, se va desmoronando con los personajes, rindiéndose a la miseria creciente, los cortes de agua, de electricidad, el desahucio y el miedo. Implacable,Trías niega la menor escapatoria al lector, enfrentándole a un final abrumador. El unico consuelo es la certeza de haber pasado unas horas sufrientes y estupendas de gran literatura, con el redescubrimiento de una excelente fabuladora.