Gema Nieto

Dos Bigotes. Madrid, 2018. 188 páginas. 18,95 €. Ebook: 7,49 €

La primera sospecha (el primer temor) del lector ante Haz memoria, segunda novela de la filóloga y periodista Gema Nieto (Madrid, 1981) es la de encontrarse ante una novela más sobre la guerra civil, a través (de nuevo) de la historia de tres generaciones de mujeres cuyos secretos se ocultan en una vieja casa de campo abandonada. Afortunadamente, los recelos se disipan de inmediato gracias a unas páginas cinceladas con una prosa casi poética y nada vulgar.



Gema Nieto reivindica en esta novela de prosa nada vulgar la importancia de la memoria para construir el futuro

Hay, además, un puñado de estupendos personajes femeninos, algunos de evidentes ecos lorquianos, como la matriarca de la familia, la Rusa, prima nada lejana de Bernarda Alba. Y sus hijas y nietas, sin nombre, pero de peripecias que impregnan de asombro y melancolía las páginas de la novela. Los personajes masculinos, en cambio, son apocados (el hijo, el marido de la Rusa), bravucones (fascistas) o cotillas (el pueblo entero, en realidad). Y sólo un personaje, femenino por supuesto, pero ajeno a la familia, merece tener nombre propio. Clara, la hija de la criada, libre y valiente. Pero empecemos por el principio: la nieta, que de niña pasó un año en la casa familiar tras la temprana muerte de su madre, debe regresar al hogar y buscar en un arcón los papeles de la familia, antes de que sus dos tías ancianas supervivientes mueran en una residencia. Al traspasar el zaguán, recuerda cómo desde el principio la casa impuso su presencia, cómo cambiaba cada día, se estrechaba o hacía gigante, palpitaba... Su vida entonces limitaba al norte con la muerte de su madre; al sur, con la ausencia del padre, mientras que al oeste crepuscular estaba su misterioso tío, y siempre en el este, "la presencia fría de su abuela", la Rusa, "como un alba implacable".



De lo que pasó con las hermanas antes y tras la guerra, de los amores que no pueden decir su nombre y de los que, cumplidos, no traen más que naufragios, soledad y muerte, del miedo que a veces se abre "como una boca hambienta" para no cerrarse jamás, y de tanta desdicha, de tanta malograda vida, es mejor no decir más, para no frustar a los muchos lectores que este libro merece. Sí es preciso, en cambio, celebrar la apuesta de la autora por reivindicar la memoria como única manera de construir un futuro personal y colectivo seguro. A fin de cuentas, como escribió Borges, no somos sino eso, "nuestra memoria, // ese montón de espejos rotos".