Santiago Posteguillo
Cualquier novela histórica ambientada en el Imperio romano debe tener un aliento épico. Un aliento y un tono en el que no es preciso una gran introspección en el alma de cada personaje, pues no es lo que pide el lector. Acaso porque no es adecuado interpretar aquel tiempo con los parámetros de hoy. Ni retrotraerse a la cultura clásica para pontificar sobre la conducta humana.Santiago Posteguillo (Valencia, 1967) vuelve a Roma arropado por su propia bibliografía y un conocimiento pleno de aquel momento. Su novela se empeña en demostrarnos la ambición de Julia Domna, que llegaría a convertirse en emperatriz. Y lo consigue, aun a riesgo de bordear la hagiografía y con un dramatis personae tan numeroso como ciertamente irrelevante. Hay esclavos y razzias, hay bárbaros y senadores que intrigan. Aparece la policía secreta del Imperio y un propio Imperio que dejaba ya el politeísmo y se entregaba a placeres más carnales y a lo que entonces era la vida política.Posteguillo se ha hecho ya con el privilegio de ser "nuestro narrador" de Roma. Tiene ya poco que demostrar. Ese es su reto
Posteguillo se desdobla en la voz narrativa para contarnos cómo Julia Domna, de origen sirio e hija de un sacerdote regio, llegaría a ostentar el poder en Roma. A tal efecto aparecen los cuadernos de un médico griego, Galeno, que fuera el médico de Marco Aurelio y que el novelista emplea como uno de los rendidos cantores de Julia Domna.
La novela arranca con una de las crisis del Imperio, con la ciudad de Roma ardiendo y con la heroina escapando para salvar su vida. Será una de las primeras huidas de la protagonista que Posteguillo nos dibuja como poseedora de una intuición sobrenatural. El fondo epocal está bien recreado, también los fogosos encuentros entre Julia y su marido, Septimio Severo, que andando el tiempo se proclamaría emperador.
Posteguillo tiene la virtud de no desmerecer los momentos bélicos, que son una de las nervaduras de todo libro sobre Roma. Acierta en el modo en que desvela las luchas intestinas entre los senadores o los gobernadores militares. Sin embargo, tanto alarde de documentación esconde una necesaria fotografía de la vida cotidiana que el autor no ofrece, empeñado quizá en un innecesario escrúpulo con el dato. Bien es cierto que la propia Julia Domna es casi un eco lejano, y que cuando aparece nos resulta un tanto hierática.
La narración es veloz, va de un escenario a otro, algo que puede despistar si no fuese por la cortesía del autor para ilustrarnos con un completo glosario y con un adjunto con cartografía bélica: su empeño es el de hacer de la novela un todo. No cabe duda que Posteguillo se ha hecho ya con el privilegio de ser "nuestro narrador" de Roma. A partir de ahí esperamos aciertos y desaciertos, y que el corsé de la documentación exhaustiva dé paso definitivo al gusto por contar. Después de la llamada trilogía de Trajano tiene ya poco que demostrar a los lectores. Y ahí precisamente está su reto.
@JesusNJurado