Jorge Volpi e Ignacio Padilla, dos de los representantes de la mexicana generación del crack

Páginas de Espuma. Madrid, 2018. 232 páginas. 18 €.

Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968 - Querétaro, 2016) murió antes de cumplir los cincuenta años, dejando a sus espaldas una obra narrativa muy peculiar que, sumada a su condición de cervantista heterodoxo, lo convirtió en uno de los representantes más sintomáticos y al mismo tiempo originales de la Generación del Crack, esa que capitaneó Jorge Volpi. Los libros de Padilla tuvieron recorrido en nuestro país mientras estuvo vivo, aunque merecían mayor visibilidad. Ahora, el editor Juan Casamayor y el propio Volpi, amigos del escritor, publican el cuarto volumen de sus cuentos completos, que bajo el título común de Micropedia configuran un mapa desconcertante y monstruoso al que hay que acercarse de un modo, déjenme afirmarlo así por mero afán de énfasis, obligado. A la noticia de la aparición del inédito Lo volátil y las fauces, se suman la reedición del agotado Las antípodas y el siglo y la distribución de un cuadernito en el que nombres como Edmundo Paz Soldán, Rosa Beltrán, Alberto Chimal o Cristina Rivera Garza sitúan a Padilla con exactitud analítica, sin renunciar al tono elegíaco. Digan Calvino y digan Borges o García Márquez, digan también Cervantes o ciclo artúrico, e incluso la Biblia pasada por lo barroco: si quisiéramos emprender una crítica relacional de los cuentos de Padilla, nos saldría un tejido tupido y erudito. Pero ese tejido tiene sentido porque hay un autor sabio al mando, uno difícil de confundir con cualquier referencia que deje entrever.



'Lo volátil y las fauces' incorpora 18 cuentos que complacerán al lector que aprecie la gracia de las parodias sutiles

Estos días, alguien me sorprendió leyendo en un lugar público Lo volátil y las fauces. Como a un médico le piden diagnóstico en el ascensor de su casa, a este crítico le hicieron la pregunta terrible: "¿De qué va este libro?". Paralizado de pronto, me sonreí para replicar que no lo sabía con certeza. No era del todo cierto, claro, pero esa parálisis algo aterrorizada y la sonrisa que la acompañó dicen bastante de los relatos de Padilla: son textos que conforman recorridos imposibles, contracturantes, donde lo terrorífico troca en ironía anglosajona o, al revés, la carcajada nace congelada porque uno no sabe si es correcto celebrar con palmas el espectáculo de una genealogía de hombres que devoran faisanes vivos, murciélagos adormecidos con droga o carne de niños (estos últimos, muertos por comprensible prudencia, pero no por inapetencia caníbal). Volpi habla de una "prosa delirante y circular", una apreciación certera a la que sólo cabe añadir su extrañísima perfección, siempre a punto de ser antigua, nunca ajena al siglo XXI.



¿De qué van estos libros? Si bien tal pregunta siempre es errónea, digamos que van de esto que Padilla escribe en su cuento "Hagiografía del apóstata": "Abandonado una vez más a sus soledades, comprendió que la indiferencia del desierto debía interpretarse más bien como un mensaje cifrado, una invitación a buscar él mismo en los páramos de su alma devastada los fragmentos necesarios para crear al demonio". Conectando territorios, épocas, mitologías y hasta categorías morales diseminadas por todo el mundo (mejor: por todo su mundo), Padilla hace emerger una cierta idea del mal, turbia, íntima, arquetípica. Ese mal es simultáneamente temido y conjurado en esa emergencia, mientras el lector trata de reseguir la larga lista de pájaros, insectos o talismanes que interactúan aquí con nosotros los hombres. Pobres hombres de existencias sintetizadas en esos binomios que protagonizan los títulos de Micropedia: antípodas y siglo, reflejos y escarcha, androide y quimera, volátil y fauces. O dicho de otro modo: tiempo, identidad, imaginación, muerte.



Lo volátil y las fauces, que representa la verdadera novedad de este "rescate" editorial de Ignacio Padilla, incorpora dieciocho cuentos que complacerán al lector que no requiera de una linealidad obvia y que sepa apreciar la gracia de las parodias sutiles. Bien mirado, llamarlos "cuentos" induce a error: son más bien acumulaciones de erudición imaginada, pequeños libros de historia que nunca existió, emblemática medieval hecha palabra. Por azar, mi lectura de Padilla coincide con la del nuevo libro del dibujante Max, Rey carbón, una maravilla sin sombra de barroco: en ese cómic, una sola línea negra sobre fondo blanco ya constituye un paisaje. Sin embargo, algo conecta ambos esfuerzos por capturar artísticamente ciertas verdades primigenias. Max cita a (y se apropia de) Plinio el Viejo, según el cual la pintura tiene su origen en una joven trazando el contorno de una sombra proyectada en la pared. La sombra capturada por Padilla mediante estrategias alambicadas tiene, en realidad, la hechura clara y plena de un hombre bailando con su miedo para seguir vivo y festivo.



@Nadal_Suau