Oliver Guez. Foto: Claude Truong

Traducción de Javier Albiñana. Tusquets. Barcelona, 2018. 251 páginas. 21,50 €. Ebook: 12,99 €

Josef Mengele, médico, antropólogo y capitán de las SS, solicitó ser destinado a Auschwitz para colaborar en el exterminio del "bacilo judío" y realizar investigaciones sobre herencia genética y patologías congénitas. Su crueldad con las víctimas de sus experimentos le hicieron acreedor del sobrenombre de El Ángel de la Muerte. Olivier Guez (Estrasburgo, 1974) ha obtenido el premio Renaudot 2017 con su novela La desaparición de Josef Mengele, que reconstruye la evasión del criminal nazi a América Latina y su vida como prófugo de la justicia internacional. Guez procede de la misma forma que Laurent Binet (HHhH, 2010) y Éric Vuillard (La orden del día, 2017), empleando las técnicas de la ficción literaria para relatar hechos históricos. El resultado es una novela hipnotizadora que produce espanto moral.



Con pulso narrativo ágil y seductor, Guez sabe ahondar en el mundo interior de un personaje turbio y atormentado

Guez reúne a Eichmann y Mengele. El ex teniente coronel Eichmann, uno de los arquitectos de la Shoah, se muestra frío, distante y desdeñoso con Mengele, un simple capitán. Hannah Arendt describe a Eichmann como un hombre mediocre, incapaz de pensar, pero lo cierto es que no era un simple burócrata, sino un nazi arrogante. Se puede decir lo mismo de Mengele. Ambos asumieron hasta sus últimas consecuencias una ideología que pretendía implantar una aberrante "utopía" racial. Guez nos acerca a Mengele con una mirada inteligente y precisa que intenta contrarrestar la tendencia a asimilarlo con un supervillano, eximiendo de culpabilidad a la sociedad que encumbró a Hitler. Perón pensaba que el nacionalsocialismo constituía una alternativa al comunismo y el capitalismo. Por eso, abrió las puertas a Mengele y otros criminales, fantaseando con un renacer del nazismo que alteraría el orden mundial.



Mengele consideraba que había actuado como "un hombre moral", luchando por el porvenir y la hegemonía de la sangre aria. Con dos doctorados cum laude, no era un simple matón. Sus méritos de guerra en el frente del Este le habían valido dos Cruces de Hierro. En Argentina, se ganará la vida realizando abortos clandestinos. No simpatiza con Perón, que no ha logrado librarse de las "inepcias judeocristianas, como la compasión". Opina que su trabajo en Auschwitz, "el mayor laboratorio de la Historia", se caracterizó por el rigor y la ambición. Es un digno legado que honra a su maestro Eugen Fischer, notable apologista de la eugenesia. La caída de Perón y el hallazgo del diario de Ana Frank, que reaviva la memoria histórica sobre la Shoah, pone fin a la cómoda existencia de Mengele. A partir de entonces, vivirá como Caín, "errante y fugitivo". El Mosad intentará capturarlo en varias ocasiones y se pasará el resto de su vida huyendo, escondido en lugares cada vez más miserables. Enfermo de próstata y con graves problemas intestinales, se pregunta por qué el destino se ha cebado con él y no con los empresarios o políticos que prosperaron con el III Reich. Albert Speer, el favorito del Führer, ha cumplido veinte años de condena, pero después se ha hecho rico con sus memorias. Mengele se ahoga en una playa de Brasil en 1979. Tiene 67 años y sólo ha visto una vez a su hijo Rolf, un joven pacifista y de izquierdas que le recrimina sus crímenes.



La desaparición de Josef Mengele se parece más a una novela que HHhH o El orden del día, ambas premio Goncourt. Con un pulso narrativo ágil y seductor, sabe ahondar en el mundo interior de un personaje turbio y atormentado. Mengele es egoísta, brutal, astuto y moderadamente inteligente. No es un genio del mal, sino un frío matarife. Científicamente, es una nulidad y humanamente, un perverso que disfraza su sadismo de deber patriótico. Se mofa de los derechos humanos, pero tiembla ante la posibilidad de ser apresado por el Mosad y ahorcado como Eichmann. Mengele murió sin castigo, pero saber que pasó sus últimos años acosado corrobora que el marqués de Sade se equivocaba al asegurar que sólo el mal conduce a la felicidad.



@Rafael_Narbona