El vuelo de los charcos
Eduardo Iglesias
11 enero, 2019 01:00Eduardo Iglesias. Foto: archivo del autor
Pocos narradores actuales van tan a su aire y mantienen con semejante tenacidad su fe en que la literatura es un intrínseco acto de creación como Eduardo Iglesias (San Sebastián, 1952). Ello le granjea un estatus de autor extraterritorial y le aleja del reconocimiento público mayoritario. Como asume que ha de pagar tal precio, con El vuelo de los charcos persevera en ese proyecto esencial. Uno de los narradores de este libro inclasificable afirma que el arte no tiene un objetivo claramente definido, en contraste con el futbolista que mete un gol extraordinario, lo cual no debe calificarse de arte porque el jugador cumple un fin. Otro de los polimórficos narradores asegura que el oficio de escribir debe ser un acto aventurero que sorprenda al autor por lo nuevo que va surgiendo a lo largo de su trabajo, que saber de antemano cuál será el argumento de la obra va en detrimento de la calidad literaria y que el escritor ha de aguardar el momento feliz en que se da el milagro de la creación.Varias veces más se hacen afirmaciones semejantes que conforman un pequeño tratado de teoría literaria. A tenor de dichos supuestos, resulta poco menos que imposible dar una sumaria información acerca del contenido de la (presunta) novela. A lo sumo, se puede concretar su trama anecdótica diciendo que se organiza alrededor de tres enigmáticos personajes que deambulan por una represiva Ciudad Amurallada: el teniente Samuel Negro, el "gran" inspector J. Solo y la líder guerrillera Lara Márquez. Estos personajes y el mismo escenario hostil ya aparecen en una novela anterior de Iglesias, Cuando se vacían las playas, que reforma aquí, en el nuevo libro. Otra señal relevante: la anécdota medular se emplaza en 2036, pero ciertos datos (la mención de Contador con la maglia rosa en el Giro de 2105, entre otros) meten una cuña realista en la ficción.
Esta libérrima ideación genera un texto invertebrado que alberga un llamativo despliegue de formas y motivos. Encontramos autobiografía, juego vanguardista, relato de intriga, viajes, microrrelatos y alguna excelente novela breve interpolada. Se nos habla de la identidad, del desamparo, del amor, del impulso sexual, de la soledad, de la vuelta a la naturaleza, de la libertad o de la rebeldía frente a la represión. Dispares hilos enhebran el extenso vistazo al pequeño mundo del hombre, como observaciones veristas, iluminaciones surreales, vislumbres poemáticos, reflexiones estéticas, paradojas y aventuras.
Los dispersos materiales se someten a la exigencia de la calidad de página, expresiva y sin barroquismos; a una escritura que elige las palabras exactas y las enlaza en oraciones armónicas, que se organizan, a su vez, en párrafos de calculada medida para que representen no tanto una realidad externa como el ritmo mental o emocional del omnipresente autor. El resultado es un hermoso ejercicio de literatura que crea un producto artístico singular y de lectura exigente. El brillante y versátil discurso narrativo de Eduardo Iglesias, muy alusivo, algo visionario y un punto hermético, no resulta, sin embargo, un ejercicio verbal e imaginativo gratuito porque reconocemos los misterios, ambiciones, alegrías, temores, fracasos de nuestro mundo en el suyo ficticio y autónomo.