Soledad Puértolas. Foto: María Teresa Slanzi
Repasando títulos de Soledad Puértolas (Zaragoza, 1947) a los que arrastra de algún modo Música de ópera, su novela recién publicada, resaltan aquellos en los que se evidencia en mayor medida que su manera de entender la ficción no ambiciona cambios estéticos o arriesgadas apuestas estilísticas, sino absorber la complejidad de lo real de manera tal que la realidad creada resulte fácil de reconocer y, sobre todo, en ella sea fácil reconocerse. Recuerdos de otra persona (1996), Con mi madre (2001), Compañeras de viaje (2010) y Chicos y chicas (2016) son el mejor ejemplo de quien hace explícita esta poética de relación entre su mundo (recuerdos y vivencias) y sus libros. Recuerdos y vivencias rescatados de un pasado conocido, de forma directa o indirecta, y proyectado con el recurso del realismo (narrador omnisciente, desarrollo lineal de los hechos, atmósferas rigurosamente detalladas), lo que no le impide desplegar sus propias armas, que en esta ocasión le sirven para hacer crecer una construcción narrativa ideada sobre dos planos y tres miradas, correspondientes a tres mujeres de tres generaciones, que se ceden la posición desde la que dar cuenta de su respectiva versión de lo que sucede a su alrededor. Cada una mirará a la anterior para recomponer su presente, aunque será la última quien busque el sentido de las vidas anteriores.Todas pertenecen a una familia burguesa de Zaragoza que se hace eco, a su manera, de los embates de una época que va desde los años previos a la guerra civil hasta finales de la década de los sesenta, de manera que los empujones de la historia y su barbarie están en segundo plano, son el trasfondo, el ambiente, que va cambiando desde la despreocupación y la libertad a la convulsión de odio, resentimiento y venganza que revuelve España (y Europa) y acaba en la proclamación de una paz que lo llena todo de sombras. Aunque lo verdaderamente real, en esa familia, es la batalla personal que cada miembro libra con sus circunstancias. La primera mirada corresponde a Doña Elvira, una mujer que enviuda joven y la necesidad de disfrutar de la vida no vivida le lleva a buscar consuelo en los viajes y la música de ópera, sus dos puntos de fuga. Ella asiste, con euforia inicial, a los cambios de su mundo, pero con el declive acaba rindiéndose al dictado de cartas dirigidas a sí misma.'Música de ópera' es un relato colectivo, ágil, fluido, que sin pretender abarcar la complejidad de una época la contiene
La segunda mirada corresponde a su sobrina, Valentina, absorbida por la personalidad dominante de la viuda, y una vez libre, mayor y sin destino, cansada de proteger secretos, aventuras furtivas y fugaces, tomará las riendas de sus propias decisiones. Y la tercera es Alba, la nieta más joven, en quien acaban los papeles de la abuela y en quien empieza la necesidad de construir un sentido con la herencia de esa familia llena de sombras, silencios y vidas representadas en poco más que una elipsis.
Pero no acaba ahí esta novela. El final de Música de ópera, está fuera, se prolonga en la mirada del lector, quien toma el testigo y constata la impresión de asistir a una versión personal de un relato colectivo, ágil, fluido, que sin pretender abarcar la complejidad de una época la contiene.