Juan Carlos Chirinos. Foto: Patricia Romero
Una lluvia plomiza descarga sobre Caracas. Lo hace sin dar tregua, oscureciendo el paisaje, tiñendo la ciudad de un tono gris que abruma y desconcierta, creando un clima sórdido y decadente, con cierto aire distópico. Este es el ambiente en el que se desarrolla la historia de Los cielos de curumo del venezolano Juan Carlos Chirinos (Valera, 1967). Cuentan los biógrafos del escritor que estudió Literatura en Salamanca, dato que ayuda a entender la segunda dedicatoria de la novela: "para Frank Spano, porque una noche enloqueció con el astronauta de la catedral".Este astronauta al que hace referencia Chirinos, cincelado en la Puerta de Ramos de la catedral de Salamanca, es un guiño del cantero Miguel Romero en la restauración de 1992, y su referencia en el paratexto de la novela enlaza con cierto carácter de los personajes, que también tienen algo de la rareza del anacrónico cosmonauta. Como a él, a los protagonistas de Los cielos de curumo les invade una fuerza que los atrapa en el espacio cerrado de Caracas -primero- y en el microcosmos de un apartamento -después- que asimismo los vincula con los burgueses retenidos en la mansión de los Nóbile de El ángel exterminador de Buñuel.
La novela cuenta una historia tejida en red en la que se ven mezclados varios personajes unidos por lazos de parentesco, amistad, amor o deseo. El círculo principal está formado por cinco figuras femeninas -Celestia, Iannis, Paula, Bárbara y Osiris- cuyas idas y venidas configuran una trama por momentos confusa. Entre ellas, en ocasiones acompañadas por alguna de sus parejas masculinas, estallan situaciones de complicidad, aunque también de deseos ocultos que terminarán por explotar. Las preside la todopoderosa Pau -cuya sensibilidad casi paranormal la capacita para percibir lo que los demás no pueden- que intuye un final desolador.El contenido de la novela es metafórico y tan devastador como el final de la historia. Venezuela se derrumba
En Los cielos de curumo se mantiene el uso de una segunda persona -de interlocutor cambiante- durante (casi) toda la narración. Al principio resulta extraña, pero enseguida el lector se acostumbra a ella, como también se familiariza con la lluvia que empapa la ciudad y que crea un ambiente de distopía muy próximo al de Blade Runner. La novela abunda en leitmotifs. El más evidente es la lluvia, pero también destacan el miedo, la violencia sostenida, el olor a avellana, el curumo -voz caribe que designa al buitre negro americano, también denominado zamuro-, la silueta del Ávila -un antiguo volcán dormido que acabará devorando la realidad- y, sobre todo, la ciudad de Caracas, elemento capital, clave de la novela y foco al que se dirige la interpretación porque simboliza el país entero.
Todos los motivos son metafóricos, como lo es un contenido tan demoledor como devastador resulta el final de la historia. Venezuela, que no vio venir los males, que se derrumba, que sucumbe a los carroñeros, que se desintegra en un final apocalíptico.