En sus primeros compases, el nuevo libro de Juan Gómez Bárcena (Santander, 1984) presenta la apariencia de una novela histórica; más adelante, acabará por revelarse como una novela sobre la historia, esto es, sobre el efecto del paso del tiempo y las acciones de los hombres sobre un territorio. O, yendo más lejos, sobre el tiempo como un territorio. Así, Ni siquiera los muertos avanza continuamente en una línea que parece recta pero que, observada con detalle, parece más bien una sucesión de bucles, reiteraciones irónicas o paródicas del mismo ciclo de esperanza, exigencia de libertad, amenaza y terror. Sin querer destripar gran cosa de su trama, digamos que hay un hombre llamado Juan encargado de dar caza a otro hombre llamado Juan, y que el segundo, el perseguido, es un agente de la desestabilización, un hereje, un transgresor que una y otra vez pone en duda el orden de las cosas, logrando que prenda la mecha de las masas. El espacio es México, un México infinito que al principio de la novela vive sus primeros siglos como Nuevo Mundo, y que al final se ha convertido en la frontera que han retratado, por ejemplo, Emiliano Monge al Sur o Valeria Luiselli al Norte. La historia aparece aquí como una migración, una expectativa truncada o una acumulación de sangre. Al final está Trump, pero Trump solo es otro principio. Y durante todo el texto, desde la misma cita que lo enmarca en la primera página, nos sobrevuela el espíritu de Walter Benjamin y sus tesis sobre el concepto de historia, ese Ángel que avanza mirando las ruinas que deja atrás. Gómez Bárcena juega con ese concepto y con esa referencia tan recurrente, sin mencionarla de modo explícito, pero afirmándola, negándola o desbordándola alternativamente, juguetonamente. Al final, encuentra una imagen sintética estupenda para hacerla vigente: el retrovisor de un coche.
En razón de sus planteamientos y sus resultados, 'Ni siquiera los muertos' es una de las novelas españolas que merecerá la pena leer este año
Quedan fuera de toda duda el talento narrativo de Gómez Bárcena, la agilidad al galope de su prosa y la sutileza elegante con la que el castellano de esta historia va modulándose de la mano del período histórico que retrata o las necesidades psicológicas o sociológicas de sus personajes. Es una prosa hecha de ritornelos, reiteraciones obsesivas, estribillos dramáticos. A veces, podría ser la versión mastodóntica de un juego de Borges o una parábola kafkiana, la paráfrasis pormenorizada de “La noche boca arriba” de Cortázar o incluso, si me apuran, en su constante fuga hacia el Norte, dejando atrás estampas de Progreso sostenido sobre el dolor, un comentario nada abstracto (y algo perverso) del cuento “Los que se alejan de Omelas” de Ursula K. Le Guin. También podría ser, desde luego, el libro de un autor mexicano, aunque resulta que lo escribió un santanderino. Pero, al final del día, hay dos referencias que gravitan especialmente sobre él, y que se mencionan explícitamente en la contraportada: El corazón de las tinieblas de Conrad, y el David Mitchell de Escritos fantasma o El atlas de las nubes. El lector deberá decidir si esas referencias tan obvias lastran el libro o, por el contrario, se constituyen en parte significativa de su interés, un componente más de su potencialidad lúdica. Yo creo lo segundo, pero en algún momento llegué a dudar: mucho Kurtz por el camino.
El de las influencias (quizás sea más exacto decir “referencias”) es uno de los test de estrés que afronta Ni siquiera los muertos, un libro sometido a tensiones y puntos difíciles como cualquier obra realmente ambiciosa. De hecho, más allá de debates y en razón tanto de sus planteamientos como de sus resultados, debería quedar claro que esta es una de las novelas españoles que merecerá la pena leer este año.
Dicho esto, hay otros dos elementos de los que sale airosa, aunque con sudor: el primero, que su estructura reiterativa, si bien justificada, corre el riesgo de volver predecible la lectura de sus cuatrocientas páginas; el segundo, que la convergencia de su energía narrativa y su lucidez conceptual deja algunos pasajes, pocos,paradójicamente un tanto esquemáticos (pienso en la primera aparición de una fábrica decimonónica, resuelta en una página casi programática). Son amenazas conjuradas por la inteligencia del libro, su musculatura rítmica, y el talento con que el estilo se convierte él mismo en una idea compleja acerca de la historia.