El poder de Laura Restrepo (Bogotá, 1950) radica en el lenguaje. Esta autora lleva en su interior la cadencia de la prosa, como les sucede a los buenos músicos con el ritmo, y compone con un verbo alegre y generoso, casi exuberante. No solo es que ame las palabras y las cultive, sino que, de puro cuidarlas, las palabras parecen quererla a ella.
Por eso lucen pletóricas en sus obras y por eso la lectura de sus narraciones resulta tan placentera. Restrepo es, además, una escritora de largo recorrido que ha logrado premios importantes en el panorama internacional. Canción de antiguos amantes es el título de su última y rutilante publicación.
La novela presenta dos líneas argumentales que finalmente confluyen —al menos formalmente— en una sola. No obstante, desde el principio parecen estar conectadas y con el avance de las páginas una va revelando el valor simbólico de la otra.
La primera se desarrolla en el momento actual. Un escritor y antiguo estudiante de Teología, que responde al nombre de Bos Mutas (“buey mudo”, apodo que ya identificaba a Tomás de Aquino) y que está obsesionado con la reina de Saba, viaja por el amplio mundo. Su aparente afán es localizar a esa reina bíblica, aunque en el fondo trata de encontrarse a sí mismo.
En su particular travesía del desierto, Bos Mutas se tropieza con Zahra Bayda, una partera somalí que trabaja para Médicos Sin Fronteras. Ella le mostrará un camino no exento de dolor y le ayudará a extraer de sí mismo —también es simbólico su oficio— todo lo que necesita para esta gran expedición.
A su lado, la segunda historia adquiere la forma de un relato entre bíblico y fantástico. En ella se recrea la leyenda de la reina de Saba porque, como se revela en la obra, “todo mito que nace, renace, [y] todo mito que encarna, reencarna”. En la recreación de la fábula, la soberana se identifica con Pata de Cabra, una criatura imaginaria que concentra en sí una cosa y su opuesta. A veces, no obstante, adquiere la forma de otras mujeres, muchas de las cuales forman parte de la tradición pedauque (las que tienen una anomalía en un pie), como Frida Kahlo, enferma de poliomielitis, o la cantante Patti Smith, que tropezó en un escenario. El cóctel está servido.
Canción de antiguos amantes es una novela de amor, porque es lo que permanece a pesar de las guerras, la miseria y el padecimiento de los hombres, y porque puede aflorar en cualquier lugar –también en las tierras de nadie– y en cualquier circunstancia, incluso cuando hay semejantes que se desprecian.
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Pero también es una obra sobre los que están condenados al suplicio de por vida: los niños que sufren la pérdida de la inocencia y vagan a través de fronteras; los migrantes que huyen de la pobreza arriesgando lo poco que les queda –su aliento–; las mujeres que han sido ultrajadas de cuerpo y alma, y que aun así son capaces de seguir adelante con sus hijos a cuestas; los refugiados de razas mestizas y los que deciden abandonar el primer mundo para embarcarse en una aventura que los transformará.
Y es, así mismo, una novela sobre la culpa, los celos, la angustia, el tormento y la búsqueda de uno mismo y de los demás, porque revela una fórmula que permite abrirse al mundo, implicarse en él y dejar de ser un buey mudo. Esta Canción de antiguos amantes, además, está plagada de referencias culturales, de citas y de símbolos, y su lectura resulta luminosa.