El eje de esta novela es la rivalidad visceral entre dos hermanos. Paul Theroux (Medford, Massachusetts, 1941) nos embarca en un thriller psicológico cainita in crescendo, cargado de envidias, maquinaciones y sed de venganza. Theroux ha destacado por sus libros de viajes, pero su agudeza al contemplar lo colectivo y escrutar también los mínimos detalles del carácter humano impregna sus ficciones.
Algunas de sus novelas, como La Costa de los Mosquitos (1981) o Saint Jack (1973) han sido llevadas al cine con éxito por Peter Weir y Peter Bogdanovich, respectivamente. No es la primera vez que Theroux penetra en la atmósfera agobiante de los laberintos familiares. En El geólogo cuenta con lucidez psicológica las tensiones que desembocan en sentimientos fratricidas. A veces son gestos imbéciles que crecen hasta niveles obsesivos, y, poco a poco, estalla la ferocidad entre dos seres.
Se podría ver una turbadora parábola sobre la envidia. Estos Caín y Abel norteamericanos están acompañados por una madre dulce, pero incapaz de ver la realidad, y que, justificando a uno de ellos, atiza la hoguera del resentimiento. La hostilidad infantil arderá hasta una atroz violencia fratricida adulta. Hay otros planos que el autor desarrolla a partir de este eje central: el deseo de escapar del entorno familiar; la pasión por los viajes a lugares inexplorados; el tráfico de niños mineros en el mundo; el vértigo de ser despojado de todo.
¿Quiénes son estos dos hermanos enfrentados? Los Belanger, Pascal, aventurero y geólogo, en busca de minerales preciosos, y Frank, un abogado próspero que se ha quedado en la ciudad natal, un lugar de ficción, Littleford. El geólogo, a quien todos llaman Cal, es el protagonista de la novela y será él quien ofrezca la versión de los hechos en primera persona.
Desde las primeras líneas, Cal presenta a Frank como un ser desalmado, cruel, acosador y codicioso, un abogado corrupto y cínico, capaz de aparecer ante el resto del mundo como un ciudadano intachable. El público lector podría pensar que Cal es un paranoico. Pero alguien dijo que los paranoicos tienen siempre razón, y el narrador nos va mostrando que, efectivamente, Frank, el hermano mayor, es malvado hasta el delirio.
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En un almuerzo de los dos hermanos al inicio de la novela, cuando ambos están ya en la cincuentena, comprendemos que el malestar de Cal frente a su hermano es insuperable. A lo largo de los años, Cal escapó lo más lejos posible: “Mi trabajo de geólogo me mantenía alejado, al principio en el oeste, después por el ancho mundo, una temporada en África, y más tarde –mis años de cobalto– en el noroeste”. Como geólogo Cal tiene éxito, explorando en zonas salvajes, en busca de oro y minerales valiosos. Se siente libre lejos de la agobiante ciudad familiar y de su hermano.
El desprecio del abogado por el aventurero es notable, hasta que entiende que su hermano, el estudiante de minas, se podía hacer rico con el oro. Cal detalla la expresión de Frank cuando le habló del metal precioso: “Oro. Esa fue la palabra que lo hizo callar, le dio a su rostro una mirada de voracidad”. El narrador recuerda que en una vieja novela histórica sobre los primeros viajes de los europeos a América encontró la frase: “Los metales preciosos excitaron la codicia de la conquista”.
En opinión de Cal, en esa breve enunciación se encierra la historia de la exploración del mundo y la colonización, el ansia de oro. Frank, el abogado avaricioso, aunque se jacta de trabajar para los pobres y pro bono, no era ajeno a esa fascinación.
El narrador encontrará en Arizona a un hombre medio muerto en un arroyo, a quién salvará la vida. El mexicano no era un espalda mojada, sino Don Carlos, el patriarca de un cartel poderoso, con sede en Phoenix. La protección de la agradecida familia Salinas será importante en el futuro de Cal. Mexico, Alaska, la India, Australia, Costa Rica, Colombia, Africa, los viajes del geólogo están atravesados por la mirada aventurera de Paul Theroux. Visión también crítica, aunque Cal no crea demasiado en la efectividad de la lucha de la ONG de su esposa para rescatar a los niños explotados en muchos países.
Paul Theroux nos embarca en un 'thriller' psicológico cainita, cargado de envidias y sed de venganza
Será en Colombia, trabajando en la minería de esmeraldas donde conocerá a su futura esposa, Vita, de origen cubano, y también donde verá a los niños “casi como hormigas, arañando en la oscuridad, en lo profundo de la mina”. Tras un año en Colombia, el geólogo está dispuesto a marcharse, no tiene ganas de enfrentarse al caos del negocio de la esmeralda. Pero, sobre todo, dirá Cal, “me angustiaba la gran cantidad de niños que trabajaban en la mina. Al principio los había tomado por hombres muy pequeños, una raza nativa de enanos laboriosos”.
El choque cultural del regreso con su esposa a la ciudad natal deja a Cal vulnerable y a merced del hermano odiado, convertido ya en un acosador emocional capaz de desbaratar el futuro feliz de Cal con sus argucias. Es en este giro del destino cuando nos convencemos de que todo lo que nos cuenta Cal sobre su detestable hermano Frank es cierto. A partir de aquí crece el horror, aunque el autor siempre esconde una sonrisa en la manga; el geólogo seguirá viajando a Zambia, y no desvelaremos sus siguientes aventuras y desventuras.
Theroux, con su conocimiento de viajero, mandará a su protagonista a cruzar la frontera hacia El Congo, sin ahorrar detalles de las carreteras secundarias africanas. Vita le ha rogado a Cal que investigue la trata de niños trabajadores en las minas. Cal se aviene a ello, convencido de que puede salvar su matrimonio.
Los viajes del geólogo, incluso con sus amenazas, están a años luz de la vida en una pequeña ciudad donde hay alguien capaz de arrasar el suelo que pisa. La rebelión en contra de la violencia ajena solo se realizará con una liberación interior. Cal es un hombre acosado, pero la ira fratricida no le salvará. El desenlace es quizá demasiado brusco, pero es una gran aventura leer la novela hasta el final.