Una viñeta de Carlos Gardel.
Es un lugar común que los cuatro grandes arquetipos argentinos de ese período son Hipólito Irigoyen, Juan Domingo Perón, Eva Perón y Carlos Gardel, a los que yo añadiría el del Ché Guevara, pero de todos ellos el cantante de tango es el único que parece suscitar un entusiasmo que supera las diferencias políticas y sociales. De ahí el acierto de este relato en hacer descansar esa trama llena de lagunas en una cuestión de índole superior: la identidad argentina. Osvaldo Soriano definió a este hombre de pelo engominado como un depósito de sueños. Y eso fue en efecto Gardel, y a ello se aplicó mientras vivió: a ser el mito de origen desconocido (¿era francés, uruguayo, o argentino?) con el que pudieran mimetizarse los ciudadanos de un país construido sobre el aluvión permanente de inmigrantes.
Con el pretexto de un programa de televisión, denominado "Tiroteos amistosos", en el que dos especialistas, uno en identidad nacional y otro en temas gardelianos, debaten sobre el argentino ideal, Sampayo va tejiendo una malla por la que desfilan personajes inolvidables, algunos reales, y otros producto de su fantasía, como el anarquista o Romualdo Nerval, un mitómano que pretende haber sido el asesino del cantor, mientras José Muñoz, discípulo aventajado de Breccia, y, por lo tanto, de una escuela que por su exigencia gráfica cuenta con pocos seguidores, recrea a la perfección el misterio que rodea a esta figura y el grado de sacralización que su persona alcanzó. Gardel es presentado, pues, como un trasunto de la nación argentina y quien mejor la representa en esa contradicción que percibe el foráneo. Por eso, esta obra es un homenaje al cantante que pereció (o no, según algunos de sus devotos) en el accidente que tuvo su avión en el aeropuerto de Medellín, en 1935, quizá "para poder seguir cantando mejor, después de muerto", en el que, como en el dibujo, se trenzan las luces y sombras por las que le vemos transitar sin que unas u otras parezcan afectar a esa ambición por existir especialmente para los otros. Pero, y de ahí su grandeza y su interés para un lector adulto, es un paseo por esa suerte de magia que transforma a alguien en el símbolo de un deseo colectivo. Sampayo y Muñoz, que ya nos tienen acostumbrados a la excelencia con sus colaboraciones, han reflexionado de nuevo sobre sí mismos con El Morocho del Abasto a modo de sublime coartada.