Reservoir Books. Barcelona, 2014. 128 páginas, 15'90€

Andrés Rábago (Madrid, 1947) posee la inusual capacidad de moverse en distintos niveles de conciencia, como ha venido demostrando desde hace décadas compatibilizando sus más famosos heterónimos (OPS -dado ya por extinto-, Andrés Rábago y El Roto), a los que yo califiqué en su día, en un afán tal vez absurdo de precisión, como, sucesivamente, un seudónimo, un ortónimo y un heterónimo.



Es quizá este último, bautizado como El Roto tras unos iniciales titubeos, el que mayor proyección pública ha alcanzado a través de su presencia en distintos medios (el diario El País, en la actualidad), y ello por una serie de variados factores.



En primer lugar por desarrollar una tarea que él ha definido siempre como un servicio público, trabajando con unos resortes que podrían tildarse de conciencia compartida con sus contemporáneos, mediante los que consigue cristalizar de forma sintética lo que muchos pensamos sobre la realidad que nos ha tocado en suerte y para explicar la cual con rotundidad carecemos del necesario dominio del lenguaje, lleno de demasiadas adherencias para depurarlo hasta ese extremo, cuando no pervertido aviesamente en su concretización terminológica.



Nada de ello, empero, resultaría eficaz, o no dejarían de ser más que una creación de ingeniosos aforismos, sino acompañara esa voluntad de otra no menos importante, y que resulta imposible desvincular de la mencionada intención: el permanente afán por la excelencia en el dibujo, al que muchos de sus compañeros gráficos de prensa parecen haber renunciado, que él vincula a lo mejor de una tradición, más artesanal que artística, que hunde sus raíces en una corriente gráfica satírica, que desde el siglo XVIII hasta la actualidad ha pugnado por develar el artero proceder del Poder sin dejarse abducir por sus encarnaciones más pasajeras (son prácticamente inexistentes en su obra los rostros de esos personajes concretos, abocados a la notoriedad efímera, en los que no deberíamos ver más que a máscaras ocasionales).



Es lógico, por tanto, que seamos muchos los que permanecemos atentos a sus viñetas no humorísticas (calificativo del que ha sabido apartarse para evitar tanto la progresiva degradación del concepto como sus limitaciones), sabedores de que cada una de esas reflexiones dibujadas, en las que dibujo y texto están tan imbricados que son indisociables, han sido gestadas tras la maduración del tiempo que precisaban, o, dicho de otro modo, sin ceder a la urgencia y actualidad que preside la mayor parte de lo que aparece en los medios de comunicación.



Dentro de esa línea, esta antología de trabajos que giran en torno a la problemática medioambiental es una de sus obras más especiales, y no solo porque confirma una constante preocupación, abordada en su día en interesantes y diferentes exposiciones temáticas en Zaragoza o en Sevilla, por ejemplo, sino porque en ella El Roto se nos muestra no tanto acompañando lúcidamente nuestras más inmediatas inquietudes sino un paso por delante, sin caer por ello en la condición de profeta que algunas reseñas han señalado.



De igual manera que OPS nos advirtió en los últimos años del franquismo sobre la necesidad de depurar las excrecencias que en cada uno de nosotros la dictadura había ido depositando, más que en la lucha frontal contra aquel sistema como algo externo y ajeno, aquí El Roto apela a una visión amplia del planeta en que vivimos, y al que maltratamos con una miopía suicida no exenta de orgullo antropocéntrico, si queremos verdaderamente afrontar la única de las revoluciones verdaderamente posible: la individual.



En tanto no asumamos la necesidad de recuperar nuestro vínculo con la Naturaleza, lo que parece imposible si no modificamos el paradigma de economicismo salvaje bajo el que nos desenvolvemos desde la Revolución Industrial, la degradación de la misma se volverá contra nosotros más temprano que tarde.



"¡Qué gran civilización si tuviese algún conocimiento!", reza un cartel que sostienen dos personajes enfundados en unos monos que les preservan de la contaminación que se despliega al fondo de una de las viñetas de esta compilación que apunta al verdadero foco del Apocalipsis hacia el que nos deslizamos: la profunda inconsciencia de lo que somos esencialmente como especie más allá de la jactancia con que nos autoexaminamos... si es que nos autoexaminamos alguna vez.