Una de las ilustraciones del cómic Fuga de la muerte

Ediciones de Ponent. Alicante, 2016. 124 páginas. 20€

En la noche de un 20 de abril Paul Celan (Chernivtsi,1920-París,1970) puso fin a sus días arrojándose al Sena desde el puente Mirabeau, después de haber vivido entrando y saliendo del Infierno. Y ese es el momento que elige Fidel Martínez (Sevilla, 1979) para, mediante un gran flash-back, narrarnos parte de la existencia de este judío de origen rumano, que, tras perder a sus progenitores en un campo de exterminio, anduvo muchos años embarcado en dar testimonio del Horror que presidió su tiempo, y que había hecho de él un apátrida.



Estamos, pues, ante una obra que nace de un doble compromiso: el que Fidel ha mantenido siempre con "la capacidad regenerativa y liberadora del arte", tal cual Celan proclama en una de las viñetas, y, lo que es aún más encomiable, su pacto con la búsqueda de un lenguaje poético que contribuya a trascender muchos de los convencionalismos que se han enseñoreado del mundo del cómic.



Es habitual que siempre que nos aproximamos a la Shoah, recordemos las palabras deTheodor Adorno, en 1955, acerca de que cualquier manifestación lírica, tras aquella experiencia, no podía ser sino un acto de barbarie. Pero es menos habitual, en cambio, el recordar que el filósofo tras la consideración maximalista que parecía condenar la poesía al silencio, modificó su parecer 11 años más tarde… a raíz del conocimiento, precisamente, de los textos de Celan.



El escritor rumano, en su búsqueda de un lenguaje que superase al lenguaje, conduciéndolo al límite de su propia capacidad expresiva, y escribiendo además en alemán, la lengua con que Hitler había empujado a su pueblo a la barbarie, la lengua con la que se identificaron los verdugos, encontró una sintaxis mediante la que comprender el grado de inhumanidad que nuestra especie había alcanzado. Un lenguaje que, convenientemente retorcido, nos hablara del Mal y de la memoria de los que más directamente lo habían padecido.



Martínez trabaja de manera brillante cada una de sus imágenes, por momentos angustiosas, que nos persiguen

Y lo brillante de este libro es la manera en la que Fidel Martínez trabaja cada una de sus imágenes como la representación de un exilio visual en el que el conjunto debe empujar al lector hacia aspectos extremos de la experiencia. Unas imágenes, por momentos angustiosas, que nos persiguen tras haber abandonado la lectura de la obra, y que hicieron muy complicada la aceptación editorial de este trabajo, hasta llegar a manos del editor Paco Camarasa, tristemente fallecido el pasado julio.



Es cierto, como han dicho algunos críticos, que la gráfica de esta propuesta bebe de algunos de los grandes expresionistas alemanes, pero no lo es menos que Fidel siempre ha manifestado su alineamiento con esa corriente del tebeo que tiene a Alberto Breccia por uno de sus más grandes maestros, y que cuenta con discípulos aventajados como José Muñoz, Del Barrio o Raúl (con cuyas estéticas hay más de una conexión en el modo de elaborar una gramática que soslaye el enmudecimiento en el que nos instalan momentáneamente las tragedias que quiebran la aparente linealidad del tiempo).



"Quien verdaderamente aprende a ver, se acerca a lo invisible", escribió Celan. Un territorio, el de lo invisible, que es también el de lo espectral, y que constituye una de las dimensiones de la Historia en la que más arduo y complejo es introducirse, para dar testimonio de la cual hay que encontrar la lengua precisa (¡qué acierto, al respecto, el que Fidel introduzca en su libro el pasaje de la construcción de la torre de Babel!). Encontrarla, esa lengua precisa, para volver a sentirnos parte de la Humanidad, para usarla como un modesto paliativo que nos evite la desesperanza. Encontrarla, incluso, para ser indulgente, como cuando Celan coincidió con Heidegger en 1967 y le leyó sus poemas sin buscar otra reacción que el que le dijera algo… para poderle perdonar.