Trabajando contra el anquilosamiento del estilo, al que el conservadurismo nos conduce, pero también contra la némesis de éste, el extremo y gratuito progresismo formal, veíamos a Laura perseguir la precisa técnica para cada uno de sus relatos, un sistema que le viniera determinado tan por solo el afán de desvelar algo que se ocultaba a nuestro conocimiento. Un dictado al que Raúl, en su reciente antología, Contra Raúl (Ponent Mon, 2016), alude en el prólogo cuando habla de que "contra cada dibujante cada guion arremete, pues le demanda diferenciar su estilo, exigiéndole que no sea redundante sino pertinente". He ahí la clave: la pertinencia en la creación hasta actuar, si es preciso, contra las teorías propias.
Así pues, los que hemos tenido la fortuna de colaborar con ella en alguna de sus tentativas de organización del placer, que es a lo que deben aplicarse los artistas, hemos podido aprender mucho de paso sobre la vulnerabilidad de las fronteras de las convenciones y lo enriquecedor que resulta extraer significaciones del caos.
Con esos mismos principios, Laura ha estado estos últimos años dialogando con los poemas de Ferrán Fernández, Pessoa, o Maiakovski, hasta llegar a este reciente volumen en el que los pretextos pertenecen a Jesús Aguado, Isabel Bono, José Ángel Cilleruelo, Luis Alberto de Cuenca, Menchu Gutiérrez, Julia Otxoa, José Luis Piquero y Miriam Reyes, una selección en la que no acabo de atisbar el denominador común, pero que vuelve a servirle a nuestra autora para diversificarse en la traducción de tan heterogénea musicalidad.
¿Está inventando Laura un género, como algunos sostienen? No, si nos atenemos a los muchos rastros con que la historieta cuenta desde sus orígenes de lo que podríamos encuadrar como cómic poético, a veces asomando hasta en propuestas a priori excesivamente prosistas, e incluso prosaicas, y muy en especial cuando se abordaban universos tan plagados de imágenes significantes como los de la memoria o los de los sueños. Más bien, creo, su empresa es la de conferir a esos signos una nueva vida, la de reelaborarlos, desplazándose por la cuerda floja de evitar la traducción más obvia y chata de las imágenes que generaban los versos. O dicho de otro modo: la de potenciar, de la manera más libre e indirecta, los elementos que en dichos poemas se elevaban ya por encima del nivel de la conciencia.
Su apuesta, como en aquellos trabajos iniciales que despertaron nuestros sentidos, no va dirigida, en ese sentido, tanto a cuestionar la gramática de la historieta sino la retórica de la misma, sin que, como sucede con otros creadores en este y otros campos, se aturda al lector con la evidencia de que esa puesta en cuestión ha sido buscada de antemano, ha sido previa al diálogo con los poemas. El denominador común, por tanto, de los experimentos que Laura nos viene regalando no es tanto el de hacer tebeos en clave de poesía, sino el que su mirada se afile para poetizar, como dibujante, lo que ya era poético, a menudo en un plano simbólico, en otros ámbitos.