Hace medio siglo comenzaron, con el atentado de la Piazza Fontana de Milán, los años de plomo en Italia (los Anni di piombo), un tiempo en el que las calles estuvieron dominadas por la violencia política de grupos extremistas de derecha e izquierda, mientras la democracia surgida tras la Segunda Guerra Mundial trataba de mantener el orden. Un avispero en el que también operaban las cloacas del Estado, la CIA y la mafia. El exmagistrado Giuliano Turone lo ha recordado recientemente en Italia oculta y ahora, de una manera muy distinta, abordan aquella época el guionista Felipe Hernández Cava y la ilustradora Antonia Santolaya en el cómic Del Trastevere al paraíso, que edita Reservoir Books.
Todo lo anterior es el contexto histórico, pero sus autores quieren que los lectores pongan el foco en Valeria, su protagonista, una mujer que en 2017, arrepentida y en eterna huida, recuerda su adolescencia y su juventud, su progresiva politización y su posterior implicación en las Brigadas Rojas, la organización terrorista revolucionaria que consideraba que el Partido Comunista Italiano estaba traicionando sus ideales al suavizar sus posturas para acomodarse al sistema democrático.
Con una trama de ficción insertada en el contexto histórico, y a través del repaso histórico y sentimental que hace la memoria de Valeria, vamos viendo los acontecimientos macabros que jalonaron aquella década de violencia, como la muerte nunca aclarada del anarquista Giuseppe Pinelli al caer por la ventana de una comisaría —un caso que Dario Fo llevó al teatro en Muerte accidental de un anarquista y que tiene un claro paralelismo con el de Enrique Ruano en España—; el asesinato del comisario Luigi Calabresi, al que las Brigadas Rojas acusaron de la muerte de Pinelli; o la muerte del legendario editor Giangiacomo Feltrinelli, fundador de los revolucionarios Gruppi d’Azione Partigiana, mientras manipulaba una bomba con la que quería sabotear una línea de alta tensión.
El trasfondo psicológico que querían explorar los autores de esta novela gráfica es “cómo alguien traspasa la frontera moral que le lleva a matar a otra persona para conseguir un objetivo, sea cual sea”, a lo que se llega por la vía de la cosificación del enemigo, y “cómo se asume la responsabilidad por los actos cometidos en el pasado”, explica Santolaya. “Lo principal era que el personaje de Valeria tuviera carne, huesos y sangre”, añade Hernández Cava.
También hay dos asuntos universales de fondo que, según el guionista y crítico, están presentes “en casi todos los jóvenes de todas las épocas”: “cierta inocencia que les lleva en muchos casos a ser víctimas de la manipulación y un aliento de arrogancia que les hace pensar que todos los que les antecedieron hicieron mal las cosas y, con una actitud adanista, querer construir un mundo nuevo destruyendo por completo el anterior”. Esa actitud la percibe Hernández Cava hoy, por ejemplo, “en el juicio al que se está sometiendo a la transición democrática que se hizo en España”.
“Hoy algunos jóvenes —continúa el autor— vuelven al vista atrás y, apoyados en algunas pildorillas informativas, ven como auténticos héroes a muchos miembros de aquellos movimientos radicales revolucionarios, lo que explicaría los buenos ojos con los que en sectores de la juventud itaiana son vistas hoy las gentes de Prima Linea o de las Brigadas Rojas; o en Alemania los que suspiran por los tiempos del Baader-Meinhof; o los que en España atribuyen la condición heroica de gudaris a los etarras; o en Irlanda a la gente del IRA, que además en este caso han cobrado importancia política con el voto juvenil al Sinn Féin”.
Hernández Cava es conocido por sus trabajos en los que forma tándem creativo con distintos dibujantes, como El artefacto perverso (con Federico del Barrio, premio al mejor guion y a la mejor obra en el Salón del Cómic de Barcelona de 1997) o Las serpientes ciegas (con Bartolomé Seguí, reconocido también en 2009 con premios en el salón barcelonés, con el Premio de la Crítica y con el Premio Nacional del Cómic). “Para mí es fundamental que el dibujante se sienta libre, odio que los guionistas ocupen folios y folios con indicaciones exactas de cómo debe ser cada viñeta. Para mí se trata de una simbiosis, una comunión que puede dar buenos frutos o no, pero lo último que desearía es que el dibujante pensara que está solo al servicio de mi guion”. En este caso, Hernández Cava destaca “la fuerza plástica” de su colaboradora.
Aunque ha hecho algunas incursiones anteriores en el universo del cómic, Antonia Santolaya es sobre todo ilustradora y pintora, circunstancia que se refleja en una narración gráfica clásica, con dos viñetas por página, en la que da rienda suelta a sus cualidades para el dibujo y el color, para los que ha usado lápices y acuarelas. “Al principio pensé en hacerlo en blanco un negro, pero acudí a mis propios recuerdos de los años 70 y en esa época había mucho color, estábamos rodeados de un aparente optimismo aunque hubiese a la vez mucha convulsión”, explica Santolaya.
Esta colaboración fue buscada por ambos desde hace tiempo, y se materializó cuando ella se propuso solicitar una beca para una estancia en la Real Academia de España en Roma, que disfrutó en el curso 2016-2017. De ahí la temática italiana del proyecto, aunque asegura Hernández Cava que aquel contexto histórico italiano no le era ajeno. “Yo estaba involucrado en los movimientos antifranquistas en España y había muchas conexiones con Italia. Viví de primera mano la posibilidad de trasplantar los principios de algunas organizaciones italianas a España, que no acabaron de brotar, y además gracias a la literatura italiana, sobre todo a figuras como Leonardo Sciascia, que es una de las mentes que de forma más preclara veía el lado oscuro que tenía todo aquello”.
¿De qué manera ha condicionado aquel turbulento pasado a la Italia de hoy? “Creo que es una sociedad que no ha sabido organizarse después de la Segunda Guerra Mundial”, opina Hernández Cava. “Es una sociedad caótica donde puede crecer el populismo de derechas, con personajes como Berlusconi, y luego aparecer un movimiento de extrema derecha como el de Matteo Salvini. Es como si la sociedad italiana hubiese aceptado vivir en un permanente divorcio entre la sociedad civil y la sociedad política. La resistencia de la sociedad civil y su capacidad de organización es cada vez más menguante, por eso es más susceptible de dejarse arrastrar por unos o por otros. Hay poco lugar en general para los pensadores”.